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La voz

Los asesinos no existen. Los suicidas sí, pero no los asesinos. Los suicidas parecen actuar con una lucidez extrema y dañina, saben lo que hacen, de dónde les gustaría huir y por qué no quieren seguir viviendo: "Soy yo misma, no es bastante", escribió la poetisa Sylvia Plath antes de abrir el gas y meter la cabeza en el horno de su cocina, una mañana lluviosa de 1963; y la escultora Marga Gil Roësner dejó esta última nota para Juan Ramón Jiménez, en su diario, antes de dispararse un tiro en la sien: "Ya nada me separa de ti, salvo la muerte". Sylvia Plath había sido abandonada por su marido, el poeta Ted Hughes, y Marga Gil había sido rechazada por Juan Ramón; podríamos decir que una de ellas fue aniquilada por todo lo que perdió y la otra por todo lo que no tuvo. Sus muertes tienen una explicación, aunque sea una explicación terrible, y sus últimas palabras son un modo de justificarse, de ofrecer argumentos. En su poema final, Sylvia Plath imagina su cadáver como algo frío y perfecto, similar a una estatua griega; imagina la luz de la luna sobre su piel estancada y sus pies detenidos para siempre, "Sus pies / desnudos que parecen decir: / hemos llegado demasiado lejos, se acabó".Los asesinos son muy diferentes. Los asesinos no existen. Cuando alguien mata a otra persona no es él mismo. Cuando alguien mata a otra persona lo hace porque le obligan las circunstancias, porque lucha contra alguna supuesta tiranía, porque el alcohol o la droga han nublado sus ojos o porque, de pronto, empezó a oír una voz en su mente, una voz que le decía: acaba con ella, clávale el cuchillo, coge ese martillo, esa soga, ese hacha. El hombre que acaba de abrir en canal a una prostituta en Pozuelo no recuerda nada, de pronto despertó y el machete estaba en su mano; el hombre que violó a decenas de mujeres en Madrid, durante años, lo hizo sólo porque sus compañeras de colegio se burlaban de él, lo llamaban ni más ni menos que "Arlindo Relindo"; y son muchos los criminales que han degollado, tiroteado, violado o estrangulado a alguien porque oían la voz, esa voz que tiraba de ellos hacia el mal, hacia las sombras. Sus abogados también hablan de ese fenómeno, presentan a sus clientes como enfermos, víctimas inocentes de una fuerza desconocida e incontenible.

Los asesinos no existen, pero la voz está en todas partes. El joven que disparó sobre John Lennon en su casa de Nueva York juraba que él no quería matarlo, que todo lo que hizo lo hizo porque se lo mandó el personaje central de una novela de J. D. Salinger, El guardián entre el centeno; los asesinos de Sharon Tate dijeron que las instrucciones para su crimen estaban escritas en Helter Skelter, una canción de los Beatles, y eso fue justo lo que escribieron en las paredes de la casa de Polanski, con la sangre de su mujer: "Helter Skelter". ¿Qué es lo que dice la canción sobre matar a Sharon Tate o a cualquier otra persona? "Dime, ¿no quieres que te lo haga? / Bajo rápido, pero no dejes que te rompa. / Dime, dime la respuesta. / Puede que estés enamorada, pero no sabes bailar". Los asesinos no existen, sólo son enfermos o víctimas de las circunstancias o patriotas.

Los suicidas sí que existen. Marga Gil Roësner destruyó la mayor parte de sus esculturas, las destruyó con un mazo antes de dispararse, pero no todas. Las que se pudieron quedar a este lado de su muerte se han reunido ahora en una exposición, están en una sala del Círculo de Bellas Artes y se parecen, de algún modo, a los pies del poema de Sylvia Plath: también son muy bellas, impresionantes, y también parecen decir: hemos llegado demasiado lejos, se acabó. Por los fragmentos que se conocen de su diario, se ve que ella también creyó que había llegado más allá de lo soportable, hasta un punto desde el que ya no era posible ni avanzar ni retroceder. Pero aunque estén escritos desde el filo -así es, precisamente, como se llama el último poema de Sylvia Plath, Filo- esos fragmentos no parecen las palabras de una perturbada, sino las de una mujer lúcida, valerosa, penetrante, vencida. Quizá los suicidas son lo contrario de los asesinos. Los suicidas no escuchan ninguna voz, no son inocentes de nada, no cumplen más que sus propias órdenes. Los suicidas tienen un motivo y los asesinos tienen una disculpa. Los suicidas pueden suscitar compasión y los asesinos sólo provocan nuestro asco.

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