_
_
_
_
FÚTBOL Semifinal de la Liga de Campeones

El Valencia remata a un Barça impotente

Los blancos se meten con autoridad en la final de París pese a perder ayer por la mínima ante los azulgrana

Ramon Besa

BARCELONA 2 VALENCIA 1 Barcelona: Hesp; Reiziger, Abelardo (Litmanen, m.76), Frank de Boer, Zenden (Simâo, m.63); Guardiola (Sergi, m.68), Xavi, Cocu; Figo, Kluivert y Rivaldo. Valencia: Cañizares; Angloma (Gerardo, m.85), Djukic, Pellegrino, Carboni; Mendieta, Farinós (J. Sánchez, m.90), Gérard, Kily González ( Albelda, m.73); Angulo y López. Goles: 0-1. M.69. Mendieta recibe en el área un pase de López, controla y remata colocado con la derecha, a media altura. 1-1. M.77. Frank de Boer se anticipa a Cañizares y cabecea a la red un córner botado por Figo desde la izquierda. 2-1. M.90. Centro de Figo por la izquierda y remate raso de Cocu. Árbitro: Melo Pereira (Portugal). Mostró tarjeta amarilla a Carboni (no podrá jugar la final), Claudio López y Guardiola. Camp Nou. Unos 80.000 espectadores. Vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones. El Valencia, que había vencido en la ida por 4-1, se clasifica para la final. RAMON BESA Barcelona Despojado de fútbol y malquerido por mal parido, el Barça no tuvo el punto de locura ni la fortuna que exigía la noche para combatir la racionalidad del Valencia, un equipo cuerdo como ninguno, que atrapó la final de París con una autoridad desconocida en unas semifinales de la Liga de Campeones. La jerarquía del equipo de Cúper fue tan evidente como la impotencia del grupo barcelonista, muy disminuido, manejado pésimamente desde el banquillo, víctima de la crispación en la que vive la hinchada, confundida por tanto despropósito. Las consecuencias de la derrota son imprevisibles por la naturaleza del club y también por el empecinamiento de Van Gaal para que le echen sin miramientos. Pese a la dignidad del equipo, que atrapó una victoria que le eximió de la rechifla, el fracaso del Barça sonó con mayor estruendo que el éxito del Valencia. A coro, el Camp Nou pidió al entrenador que se vaya y al presidente que se lo piense, mientras el Valencia corría que se las pelaba hacia Mestalla para tener donde celebrar un triunfo que la propia afición barcelonista reconoció con una ovación atronadora. Quizá porque siempre pareció un equipo más científico que humano, al Barcelona no se le vio ninguna señal que augurara un remonte histórico. El día fue un quiero y no puedo barcelonista desde que amaneció. Visto que la desventaja de la ida demandaba una heroicidad más que un ejercicio futbolístico, el Barça procuró hinchar el partido hasta el límite, así que donde no llegó la vía natural se impuso la artificial. La grada desprendía un cierto calor, y sin embargo, quedó algo desnaturalizada por el desmesurado ruido artificial que montó la organización azulgrana. Igual ocurrió, más o menos, con el equipo. No hubo ni una duda sobre su actitud, ni respecto a su empeño, pero la alineación pareció liviana, transmitió poca confianza y se vio mal repartida en la cancha, sobre todo porque las bandas quedaron malparadas: Zenden y Cocu se atropellaron por el flanco izquierdo, Xavi nunca fue un volante derecho, sino un medio centro y Rivaldo zigzageó por donde le vino en gana. El voluntarismo le permitió al Barcelona combatir la falta de estructura del colectivo y dominar la parafernalia de la contienda, cuanto afecta a la posesión de pelota, los balones divididos, los aspectos marginales del choque, mas no el cuerpo del partido, manejado por el Valencia con suficiencia y hasta comodidad. Guardó su portería sin sobresaltos, con Djukic ejerciendo de punto de referencia, y estuvo tan sobrado que consumió más tiempo en matar el encuentro en la divisoria que en armar su fútbol de contragolpe, contenido, por otra parte, por la defensa de cuatro zagueros que montó Van Gaal, escarmentado de sus duelos anteriores con Cúper. Perdió pocas pelotas el Barcelona, de manera que al Valencia le faltó la munición para expresar su juego, siempre directo, preciso y productivo. Tampoco le convenía tomar ciertos riesgos, pues al fin y al cabo jugaba una eliminatoria, que no un partido. Puestos a dirimir el partido por el camino de la tensión, del ritmo, del esfuerzo, como así pintó el primer tramo, el Valencia llevaba las de ganar. Al Barcelona le sobró entusiasmo y le faltó calidad. Resulta que ha perdido frescura futbolística y el desánimo ha cundido en los jugadores más determinantes como quedó visto en las situaciones de uno contra uno, en otros tiempos solución infalible y hoy reflejo de la impotencia. Lastimado como estaba, Figo no pudo cargar con el equipo, Rivaldo desanduvo más que anduvo y Guardiola no supo para quién abrir el campo, pues Zenden revolotea siempre por todos sitios, pero pocas veces aclara, centra o juega con el criterio que demandan encuentros como el de anoche. La confusión barcelonista fue en aumento con el discurrir del encuentro, a medida que el equipo tiró para adelante en busca del gol, terreno abonado para el Valencia, que comenzó a trabajar las llegadas al marco de Hesp con mayor criterio e intensidad. Fresco como una rosa, el colectivo de Cúper se fue a por el partido una vez que se dio cuenta de que nadie discutía su condición de finalista. Apareció de pronto un equipo grande, hermoso, bien pintado. Nadie dudaba del triunfo del Valencia. Frente a la manifiesta situación de inferioridad, respondió Van Gaal de mala manera. El entrenador tomó decisiones poco futbolísticas, nada políticas o, cuanto menos, contraproducentes, como retirar a Guardiola y después a Abelardo, dos de los jugadores que tienen la estima de la grada. La respuesta del Valencia al cambio del capitán barcelonista fue instantánea: gol de Mendieta. El tanto acabó con el partido y dio bola a la grada. Afloraron los pañuelos blancos, sonaron gritos contra Van Gaal y Núñez, y el equipo quedó expuesto a una goleada. La respuesta de los futbolistas fue, sin embargo, alentadora. Le dieron la vuelta al choque y dejaron a la afición con su ira. El follón despistó al Valencia, que se espantó con el cirio que había en el Camp Nou, y se dejó ir hasta el final, momento en que recogió el reconocimiento de la afición azulgrana por su meritoria trayectoria que le ha llevado al encuentro del Madrid en París.

BARCELONA 2VALENCIA 1

Barcelona: Hesp; Reiziger, Abelardo (Litmanen, m.76), Frank de Boer, Zenden (Simâo, m.63); Guardiola (Sergi, m.68), Xavi, Cocu; Figo, Kluivert y Rivaldo.Valencia: Cañizares; Angloma (Gerardo, m.85), Djukic, Pellegrino, Carboni; Mendieta, Farinós (J. Sánchez, m.90), Gérard, Kily González ( Albelda, m.73); Angulo y López. Goles: 0-1. M.69. Mendieta recibe en el área un pase de López, controla y remata colocado con la derecha, a media altura. 1-1. M.77. Frank de Boer se anticipa a Cañizares y cabecea a la red un córner botado por Figo desde la izquierda. 2-1. M.90. Centro de Figo por la izquierda y remate raso de Cocu. Árbitro: Melo Pereira (Portugal). Mostró tarjeta amarilla a Carboni (no podrá jugar la final), Claudio López y Guardiola. Camp Nou. Unos 80.000 espectadores. Vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones. El Valencia, que había vencido en la ida por 4-1, se clasifica para la final. RAMON BESA Barcelona Despojado de fútbol y malquerido por mal parido, el Barça no tuvo el punto de locura ni la fortuna que exigía la noche para combatir la racionalidad del Valencia, un equipo cuerdo como ninguno, que atrapó la final de París con una autoridad desconocida en unas semifinales de la Liga de Campeones. La jerarquía del equipo de Cúper fue tan evidente como la impotencia del grupo barcelonista, muy disminuido, manejado pésimamente desde el banquillo, víctima de la crispación en la que vive la hinchada, confundida por tanto despropósito. Las consecuencias de la derrota son imprevisibles por la naturaleza del club y también por el empecinamiento de Van Gaal para que le echen sin miramientos. Pese a la dignidad del equipo, que atrapó una victoria que le eximió de la rechifla, el fracaso del Barça sonó con mayor estruendo que el éxito del Valencia. A coro, el Camp Nou pidió al entrenador que se vaya y al presidente que se lo piense, mientras el Valencia corría que se las pelaba hacia Mestalla para tener donde celebrar un triunfo que la propia afición barcelonista reconoció con una ovación atronadora. Quizá porque siempre pareció un equipo más científico que humano, al Barcelona no se le vio ninguna señal que augurara un remonte histórico. El día fue un quiero y no puedo barcelonista desde que amaneció. Visto que la desventaja de la ida demandaba una heroicidad más que un ejercicio futbolístico, el Barça procuró hinchar el partido hasta el límite, así que donde no llegó la vía natural se impuso la artificial. La grada desprendía un cierto calor, y sin embargo, quedó algo desnaturalizada por el desmesurado ruido artificial que montó la organización azulgrana. Igual ocurrió, más o menos, con el equipo. No hubo ni una duda sobre su actitud, ni respecto a su empeño, pero la alineación pareció liviana, transmitió poca confianza y se vio mal repartida en la cancha, sobre todo porque las bandas quedaron malparadas: Zenden y Cocu se atropellaron por el flanco izquierdo, Xavi nunca fue un volante derecho, sino un medio centro y Rivaldo zigzageó por donde le vino en gana. El voluntarismo le permitió al Barcelona combatir la falta de estructura del colectivo y dominar la parafernalia de la contienda, cuanto afecta a la posesión de pelota, los balones divididos, los aspectos marginales del choque, mas no el cuerpo del partido, manejado por el Valencia con suficiencia y hasta comodidad. Guardó su portería sin sobresaltos, con Djukic ejerciendo de punto de referencia, y estuvo tan sobrado que consumió más tiempo en matar el encuentro en la divisoria que en armar su fútbol de contragolpe, contenido, por otra parte, por la defensa de cuatro zagueros que montó Van Gaal, escarmentado de sus duelos anteriores con Cúper. Perdió pocas pelotas el Barcelona, de manera que al Valencia le faltó la munición para expresar su juego, siempre directo, preciso y productivo. Tampoco le convenía tomar ciertos riesgos, pues al fin y al cabo jugaba una eliminatoria, que no un partido. Puestos a dirimir el partido por el camino de la tensión, del ritmo, del esfuerzo, como así pintó el primer tramo, el Valencia llevaba las de ganar. Al Barcelona le sobró entusiasmo y le faltó calidad. Resulta que ha perdido frescura futbolística y el desánimo ha cundido en los jugadores más determinantes como quedó visto en las situaciones de uno contra uno, en otros tiempos solución infalible y hoy reflejo de la impotencia. Lastimado como estaba, Figo no pudo cargar con el equipo, Rivaldo desanduvo más que anduvo y Guardiola no supo para quién abrir el campo, pues Zenden revolotea siempre por todos sitios, pero pocas veces aclara, centra o juega con el criterio que demandan encuentros como el de anoche. La confusión barcelonista fue en aumento con el discurrir del encuentro, a medida que el equipo tiró para adelante en busca del gol, terreno abonado para el Valencia, que comenzó a trabajar las llegadas al marco de Hesp con mayor criterio e intensidad. Fresco como una rosa, el colectivo de Cúper se fue a por el partido una vez que se dio cuenta de que nadie discutía su condición de finalista. Apareció de pronto un equipo grande, hermoso, bien pintado. Nadie dudaba del triunfo del Valencia. Frente a la manifiesta situación de inferioridad, respondió Van Gaal de mala manera. El entrenador tomó decisiones poco futbolísticas, nada políticas o, cuanto menos, contraproducentes, como retirar a Guardiola y después a Abelardo, dos de los jugadores que tienen la estima de la grada. La respuesta del Valencia al cambio del capitán barcelonista fue instantánea: gol de Mendieta. El tanto acabó con el partido y dio bola a la grada. Afloraron los pañuelos blancos, sonaron gritos contra Van Gaal y Núñez, y el equipo quedó expuesto a una goleada. La respuesta de los futbolistas fue, sin embargo, alentadora. Le dieron la vuelta al choque y dejaron a la afición con su ira. El follón despistó al Valencia, que se espantó con el cirio que había en el Camp Nou, y se dejó ir hasta el final, momento en que recogió el reconocimiento de la afición azulgrana por su meritoria trayectoria que le ha llevado al encuentro del Madrid en París.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_