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Más fútbol y menos condenas

Ya el maestro de periodistas José Mariano de Larra denunciaba la inflación y trivialidad del comentario político que se producía en su tiempo. Entonces como ahora, la política ha sido un filón al que aplicarse sin necesidad de afinar los recursos intelectuales ni el rigor, lo cual vale tanto para muchos de los profesionales que ejercemos de augures o cronistas de la vida pública como para los cenáculos que ocupan sus ocios poniendo a caldo a los agonistas de la misma. Entre todos, sin excluir a los políticos, claro está, abonamos esta saturación informativa en torno al gobierno y sus aledaños. Sin tanta hipérbole, fábula y enconamiento personal emergerían sin duda alguna otras parcelas de la actualidad, las llamadas de interés humano, a menudo soterradas por la invasiva política.En estos momentos y a este respecto parece que gozamos de una pausa, un descansadero acerca de lo que hace o deja de hacer y decir el Gobierno. Quizá porque tanto los gestores de la autonomía como el vecindario en general estamos pendientes de la epopeya futbolística del Valencia y al acecho -quienes puedan permitírselo- de una localidad para asistir a la final de París. Hoy por hoy, política y políticos, han cedido la primacía a la efeméride deportiva y ni siquiera el presidente Zaplana puede caer en la tentación de disputarle un gramo de protagonismo a Mendieta y los 20 de la fama. Lo que no deja de ser un fenómeno confortante y ataráxico, incluso una versión olímpica del verdadero poder valenciano, tanto más movilizador por cuanto se prefigura excepcional y efímero.

Sin embargo, la necedad de determinados políticos se resiste a esta paz constantina y se obstina en marear la perdiz provocando glosas y réplicas que deberíamos dejar en suspenso mientras disfrutamos de esta suerte de aplec (reunión) merengue, festivo y masivo. En otras palabras: no pueden retraerse a ese segundo plano que les concierne y gallean la inconveniencia que les restaura un minuto de actualidad.

Tal es el caso de la disparatada y maliciosa acusación que desde esferas oficiales se ha formulado contra el colectivo nacionalista que celebró el sábado último en Valencia su tradicional manifestación y el concierto en la plaza de toros. Se les ha presentado, o poco menos, como una banda de descerebrados violentos compinchados con el terrorismo. La batería mediática oficialista se ha sumado al linchamiento hiperbolizando cuatro incidentes que, con mucho, no alcanzan a la mitad de los que se producen en cualquier evento de los que tienen lugar en ese coso. Y, además, sin verificar ni mínimamente si los episodios más llamativos y denunciables fueron causados por los manifestantes o por los provocadores habituales. Las fuerzas de seguridad, que siguieron de cerca el desarrollo de los actos, podrían dar fe del comedido comportamiento de los asistentes.

De nuevo, y no por exceso de celo, se ha querido satanizar una corriente política y cultural que tiene su lugar bajo el sol y que en esta oportunidad, además, ha procedido con civilidad. Que se haya descontrolado un gamberro no autoriza esa condena propia de demócratas sin tino ni solera. Mejor les iría afanarse en las euforias del fútbol.

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