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Desconcierto en el Everest

ENVIADO ESPECIALOjos hinchados, voz arrastrada, Juanito Oiarzabal detiene su huida desde el campo 2 (7.800 metros) y comenta con aspavientos y gruñidos su última noche, un tostón de frío y viento severo que le ha mantenido en vela y reloj en mano para adelantarse al amanecer y escapar a la carrera.

Su parroquia, la expedición Retena Odisea, había planeado montar el campo 2 esa misma mañana, pero escuchándole y, sobre todo, observándole, opta por acompañarle en su descenso. "A tomar por..., unos pacharanes, unas partidas al Trivial y a esperar que cambie el tiempo", resume el alavés. Descienden todos en fila india envueltos en una intensa nevada. Oiarzabal había llegado a comentar a uno de sus próximos que la pasada ha sido su peor jornada, por dura, en alta montaña.

En el campo base avanzado, todo son consultas a los meteorólogos y miradas al cielo. La tregua climática habrá durado dos días, los suficientes para que una treintena de sherpas colocaran el jueves pasado el campo 2. Ahora, con el regreso del mal tiempo, cunde el desconcierto al pie del Everest. El viernes, varias expediciones llegaron a planear ataques serios a la cima: en cabeza, alpinistas experimentados, un poco nerviosos y precipitados. Efectos de la presión o de las ganas de abandonar este lugar. Hoy, todos revisan su estrategia calendario en mano, sin fiarse gran cosa de las predicciones del tiempo, a cada cual más contradictoria.

Ajenos a esta guerra de nervios, los que arrastran una aclimatación retrasada se pasean por el campo avanzado escuchando las variaciones de su cuerpo, la intensidad de sus jadeos. Se aferran a un mismo argumento: "Falta mucho mayo".

Fiel a su experiencia, el guía neozelandés Russell Brice, vestido con tejanos, cumple su novena expedición en el Everest y no sufre problemas de estrés: "Yo no intentaré un ataque a cumbre con mis clientes hasta el día 24. Las estadísticas de los últimos años revelan que todos los que han alcanzado la cima lo han hecho entre el 24 y el 29. Hablo para los que no usan oxígeno artificial. Hace falta estar muy fuerte, aclimatado y no temer a las congelaciones para aventurarse tan pronto hacia lo más alto de la montaña".

Las cifras dicen que uno de cada cuatro alpinistas que abandona el campo 3 hacia la cumbre sin portar oxígeno no regresa jamás; también que el 75 % vuelve lamentando serias congelaciones. El líder de una poderosa expedicion holandesa, Hans, tenía previsto alcanzar la cima el pasado miércoles. Ahora se calienta las manos con un té y reconoce que su plan no casa con las circunstancias: "Me he bajado corriendo, en el campo 2 no hay quien aguante. Habrá que esperar", cuenta.

Reunión conflictiva

De momento, las expediciones de TVE, Euskaltel y varias extranjeras han plantado sus tiendas en el campo 2. En breve les imitarán la expedición Retena Odisea y la patrocinada por IPIX. A partir de este punto, y hacia el campo 3 (8.300 metros) se abre una zona desprovista de cuerdas fijas, cuestión que estos días ha generado un pequeño debate en el base avanzado. Teóricamente, cada expedición debería fijar su propia línea de cuerdas fijas, trabajo que recaería en sus sherpas. El problema es que los sherpas no abundan, por caros, y en última instancia la mayoría de los alpinistas suben aferrados a las cuerdas fijadas por las expediciones comerciales.

En esta cara del Everest, cada cliente de Brice desembolsa cinco millones y medio de pesetas, lo que les asegura cuerdas, oxígeno y cuidados que se escapan al resto. Pero Brice y el gremio está harto de trabajar para otros. En una reunión convocada el viernes entre todos los jefes de expedición se acordó que cada uno de los 290 alpinistas aquí reunidos pagara 25 dólares (unas 4.600 pesetas) por el uso de las cuerdas. La cifra resultante, unos 6.500 dólares, se repartirá entre los sherpas. Un incentivo para ellos; un seguro de vida para el resto.

La ley del 'yakero'

Sonríe con su boca desdentada y una lata de lentejas desaparece de su mano y se cuela por su manga, especialmente ancha para estos trucos de prestidigitación tibetanos. No se trata de un juego de manos, sino de robar, llana y símplemente, a los expedicionarios. Y en eso los dueños de los yaks que transportan las cargas de comida y material del campo base al campo base avanzado son unos maestros. El ladrón de las lentejas, identificado, baja y sacude la cabeza. Parece apesadumbrado pero no lo está, y, por supuesto, esta noche cenará comida importada desde Navarra. La expedición Retena Odisea empleó en su viaje al avanzado un total de 36 yaks, cada uno cargado con 40 kilos. La medida es falsa, por supuesto, pero permite a los yakeros incrementar el precio del servicio. Las precauciones han servido de poco y alguien ha aligerado a los navarros, que ya no disponen de ocho litros de gasolina. "El bidón perdía", explica uno de los culpables de la desaparición.

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