El sueño que no llegó a pesadilla
SaloméStrauss: Salomé. I. Nielsen, S. Estes, U. Holdorf, G. Jones, D. George. Orquesta de Valencia. Director: R. Weikert. Palau de la Música, Sala Iturbi. Valencia, 6 mayo 2000.
La interpretación en concierto de la ópera Salomé implica de antemano riesgos difícilmente superables en la práctica. No es el menor de ellos el enorme volumen orquestal exigido por Strauss, más fácil de controlar desde el foso que sobre la plataforma de la sala de conciertos. La calidad específica de las voces y la dicción de los cantantes juegan un papel decisivo en la comunicación de los contenidos dramáticos de la obra cuando se carece -fue el caso de esta versión- del impresciondible soporte escénico.
La arriesgada propuesta del sábado se benefició de una batuta como la de Ralf Weikert, conocedora del lenguaje straussiano y de la peculiar disposición dramática de esta ópera. Weikert subrayó los clímax y creó las atmósferas, lo cual no es poco. Tuvo en sus manos una orquesta absolutamente entregada que superó con creces su anterior empresa straussiana -la Elektra de 1995 con Galduf- y que demostró su verdadera capacidad para convertirse en la formación idónea en un teatro de ópera. Lo cual acaso nunca suceda, dada la estructura musical que se prevé para el futuro colíseo lírico de esta ciudad.
Inga Nielsen empezó con la voz mermada por una pasajera indisposición, pero cantó mucho mejor el papel de Salomé de lo que en verdad llegó al público. Su voz es de timbre claro, su registro grave no es amplio -Strauss exige por debajo el sol bemol rotundo, nota que pocas sopranos han alcanzado- y en definitiva lo menos convincente de la Nielsen fue su dicción poco nítida. Lo fue, en cambio y sobradamente, la de Udo Holdorf, un Herodes en la tradición Sprechgesang de Stolze y Zednik. Fue el suyo un retrato genial del libidinoso personaje, que a buen seguro no habría logrado el inicialmente anunciado Siegfried Jerusalem. La muy veterana Gwyneth Jones declamó la parte de Herodías según el modo propio de las sopranos wagnerianas en decadencia, pero sin la ponzoñosa acidez de una Varnay.
Narraboth, personaje lírico y pasivo, tuvo en Donald George un intérprete muy adecuado. Simon Estes no cantó su Jokanaán desde el fondo de la cisterna -¿dónde encontrarla en una sala de conciertos- sino al pie del órgano de la Iturbi. Ello causó una inversión de la dinámica, por otro lado común a toda esta interpretación de Salomé. Cuando descendió majestuoso a la arena donde los mortales pugnaban por sobrevivir, la voz del Profeta aún sonó rotunda. Tras su choque con la tórrida Salomé, otras circunstancias -¿calor? ¿humedad?- debilitaron sus fuerzas hasta el punto de romperse el instrumento en múltiples gallos Hubo una buena aportación valenciana en el extenso reparto de papeles secundarios.
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