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GRave

Somos ricos. Somos muy ricos, lo bastante ricos como para pasarnos dos, tres días de fiesta, en sentido estricto. Algunos miles de los que nos quedamos en Madrid durante el último puente fuimos a la rave que se celebraba en "la cubierta" de Leganés, una fiesta que se alargó dos, tres días. La entrada es cara, las copas son caras, las drogas son caras, la gente viste ropa cara, se consumen muchos paquetes de tabaco, es caro el recorrido posterior por varios locales de baile. Y participan muchas personas, lo que demuestra que nos lo podemos permitir, que somos ricos, que somos una nueva clase privilegiada. Como tal, y como ha sucedido en todo orden social de la historia de la humanidad, disponemos de una clase trabajadora. Nuestra clase trabajadora, muy respetable y muy bien remunerada, es la clase política. Nosotros nos ocupamos de lo rave y ellos deben ocuparse de lo grave. Los políticos han de adquirir, pues, una profunda conciencia de clase trabajadora y, en consecuencia, cumplir con las obligaciones que tienen encomendadas y que exigen sus pagadores. Nosotros somos los señores y ellos son un servicio que, muy respetable y muy bien remunerado, exigimos sea de alta cualificación y de intachable eficacia. Lo rave es un sentido lúdico de la vida, una actitud que contempla valores profundos y de naturaleza moral: la amistad, el placer, la alegría, la libertad, la igualdad, el amor, el sexo, la complicidad, la música. El que quiera comprobarlo que se acerque a una rave: cientos de personas bailando y sonriendo sin parar, sentándose a charlar con cualquier desconocido que no necesita otra presentación que la de la afinidad inmediata; cientos de personas que no prejuzgan a los demás por su edad, por su procedencia geográfica o social, por su género; cientos de personas que gozan con la libertad de movimientos de los demás, con la imaginación de atuendo de los otros, con la conversación directa, con el buen rollo. Lo rave es pura deconstrucción: todo muy bien deconstruidito. Los de lo rave somos frívolos, decadentes y hedonistas, lo que no significa (todo lo contrario) que seamos estúpidos, crueles, cínicos o irresponsables. Lo que tenemos es una clara conciencia de nuestra clase: somos ricos y podemos permitirnos que nuestros muy bien asalariados políticos cumplan con el servicio contratado: resolver lo grave. Que, en última instancia, no consistiría sino en que todo el mundo pudiera disfrutar al máximo de los placeres y de las bondades de la vida. Los de lo rave somos dueños de lo privado y señores de lo público, por lo que no consentimos que nuestros empleados nos levanten la voz (¿cuándo se ha visto que un trabajador dicte pautas de conducta a su patrón?) o que no rindan al máximo en sus tareas (¿es tolerable acaso que las cañerías sigan atascadas cuando el fontanero ha cobrado?).El trabajo de los de lo grave es, además, vocacional y ellos disfrutan mucho vistiendo su uniforme de traje de chaqueta, falda o pantalón, y discutiendo todos esos asuntos que resultan tan gravosos a la naturaleza de los de lo rave. En general, los de lo rave odiamos la uniformidad, el papeleo y la burocracia, por lo que pagamos a los de lo grave para que, simplemente, nos lleven tales gestiones; y nos repugna, a los de lo rave, la injusticia y la miseria, por lo que pagamos a los de lo grave para que inviertan bien nuestro dinero, nos presenten las cuentas bien claritas y defiendan nuestros intereses. A saber, entre otros: que nuestro dinero cubra absolutamente (nos sobra) las necesidades de los enfermos, de los ancianos, de los niños, de los animales y de la naturaleza, en nuestro país y en todo aquel que lo necesite; que se deroguen las leyes prohibicionistas en materia de libertad sexual, de drogas, de inmigración; que se proteja a los insumisos, a los extraños y a los divorciados y mujeres maltratados. Y que funcionen a la perfección los teléfonos móviles, de imprescindible utilidad para los de lo rave.

Así que exijo que los de lo grave no hagan dejación de las obligaciones que les atañen y no tengan morro con lo del voluntariado. Toda persona que tenga afición por los servicios sociales altruistas, bien, que desarrolle sus inclinaciones; por mi parte, si pago a mis empleados del Gobierno y de las instituciones, si en mi prosperidad los he contratado, tengo derecho a divertirme, a llevar una vida agradable y a tener la tranquilidad de conciencia de que se están ocupando de lo que me parece grave. ¿Está claro?

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