De Gaulle, en el 'Panteón de papel'
Francia ofrece dos vías de acceso a la eternidad: ser enterrado en el Panthéon, junto a Madame Curie o Jean Moulin, o ser publicado en la Bibliothèque de La Pléiade. El general De Gaulle, salvador del honor de Francia durante la II Guerra Mundial, fundador de la V República, parecía destinado a una tumba entre los héroes de la espada y el pensamiento, pero no ha sido así. Las 1.648 páginas de sus Mémoires de guerre y de Mémoires d'espoir acaban de ser ser recogidas en un lujoso volumen de La Pléiade, iniciativa que equipara su escritura a la de Corneille o Balzac, a la de Flaubert o Saint-Simon.Roland Barthes habló en su día del estilo de De Gaulle calificándolo de "demencialmente anacrónico" y le reprochó el que "más que escribir, hace pastiches". Hoy, el responsable de la edición del volumen de La Pléiade escribe que De Gaulle "no es el último gran escritor francés, pero sí el último escritor de Francia". Es una afirmación que no sorprende desde el momento mismo en que el general abre sus rememoraciones afirmando que "toda mi vida he tenido una cierta idea de Francia". No añade que también tenía una cierta idea de sí mismo, pero eso queda implícito. Los tres primeros libros, los correspondientes a la guerra, los concibió a partir de 1946 y empezó a escribirlos en 1953. "Le perdonamos sus inexactitudes como historiador en nombre de la literatura y su grandilocuencia como escritor en nombre de la historia", decía Barthes. Porque De Gaulle sabe, como político, que la posteridad le juzgará a partir de sus escritos, se esfuerza, desde que pierde el poder, en 1946, en cincelar su escultura. La palabra que aparece más veces en sus memorias es Francia, "France", y se presenta como un predestinado cuando habla de su "cita con la Historia". No duda en modificar la verdad para mejorar la leyenda, y eso le permite asegurar que, en su último encuentro con Churchill, en 1960, éste se despidió diciéndole: "Vive la France!" cuando, en una primera redacción, el ex premier británico empleaba un más personal "Amitié".
Otros militares franceses grafómanos, como los mariscales Joffre o Foch, tenían como palabras preferidas "ejército", "frente", "división" o "enemigo". De Gaulle emplea "honor", "grandeza" o "dignidad", un léxico más abstracto que el de sus colegas de armas y pluma. La frase gaulliana es corta pero trabajada, sobria y antigua, entre Bossuet y Chateaubriand, sus dos modelos inconfesados.
Al mismo tiempo que La Pléiade le abre sus lomos de piel, De Gaulle también es evocado por su ex ministro y académico Alain Peyrefitte en C'etait De Gaulle, memorias de su relación y acción política entre 1966 y 1969; por Bernard Fauconnier en L'Être et le géant, que inventa un encuentro en Irlanda entre dos jubilados: el general y Jean-Paul Sartre, o por Philippe Le Guillou en Stèles à De Gaulle, elogio del gaullismo escrito por alguien que lo vivió sólo como niño. El tono empleado por Stéphane Zagdanski en Pauvre De Gaulle! es muy distinto porque se trata de una novela desmitificadora en la que el general aparece como un racista, antisemita, colonialista y dictador en potencia al que sólo la fortuna convierte en padre de la independencia de Argelia, amigo de judíos y estabilizador de la democracia. Lo único que Zagdanski no puede reprocharle es haber escrito Raza. Y es que entre generales también hay diferencias.
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