¡Ya está liada!
Hay que ver lo fácil que entramos todos al trapo en este país. Basta con que una televisión invierta 1.300 millones en un programa que consiste en grabar la poco estimulante vida de 10 personas encerradas en una casa prefabricada para que todos, pasando por los políticos, estemos pendientes del programa. ¿Será que nuestra existencia tiene tan poco interés como las de los reclusos de Gran hermano? Yo me trago este espacio por el mismo motivo por el que Mercedes Milá lo presenta: por dinero. También el sociólogo que lo bendice en el plató y el moralista que lo denigra en un periódico son remunerados por sus servicios. ¡Hasta los prisioneros reciben, al parecer, algo más de medio kilo al mes! Pero ¿y el resto de la gente? ¿Por qué se engancha (¡gratis!) a Gran hermano?
Debe de ser por interés humano. Más que nada, porque el mirón convencional puede extraer de esta historia muy pocas alegrías. Sí, se ha atisbado alguna que otra nalga, pero sale más a cuenta seguir vigilando con el catalejo a la vecina del edificio de enfrente.
El interés humano es, evidentemente, de origen sentimental. Ya tenemos dos parejas que empiezan a vivir un romance. María José, esa andaluza pizpireta que, nada más llegar, se entregó al chantaje emocional con sus compañeros informándoles de que su hija está enferma y esos 20 milloncetes le vendrían de perlas, ha intimado con Jorge, muchachote aragonés que formó parte de las tropas españolas en Bosnia y que se pasa la vida diciendo que siempre le han ido las cosas mal con las chicas. ¿Nos gusta esta pareja? A mí, no mucho. La permanente jovialidad de ella puede ocultar habilidades para la manipulación. Y él me recuerda demasido a Vincent d'Onofrio en La chaqueta metálica.
¡Y tenemos otro romance en marcha! Se trata de Israel, que a pesar del nombre es gallego, y de Silvia, peluquera andaluza. Internet empieza a ofrecer noticias de su historia de amor y parece que ya comparten la cama. ¿Ha habido penetración? Ese extremo no se ha podido comprobar, pero se agradece el entusiasmo de esta pareja de prisioneros: siempre intuimos que las cárceles mixtas eran un gran invento.
El resto de la banda sigue empeñado en adoptar un perfil bajo, con excepción de la panadera Vanessa, quien antes de abandonar su hogar se aseguró de que sus prendas de vestir pertenecieran a tallas inferiores a la suya. Esta chica tiene madera de estrella y juraría que ha visto varias veces la incomprendida obra maestra de Paul Verhoeven Showgirls. ¿La vieron ensayando una coreografía de West Side story? Mientras sus compañeros hacían el oso, Vanessa casi hacía el amor consigo misma. ¿Seguirá el ejemplo de María José y de Silvia y se liará con alguien? ¿Y si se lo está montando en estos momentos, mientras ustedes leen este artículo? Pongan la tele. ¡Rápido! ¿Quieren perderse un momento tan crucial?
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