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Reportaje:

La vida, por escrito

Carmen Morán Breña

Trece mujeres y un hombre, todos alumnos del centro de adultos Juan XXIII de Sevilla, han publicado un libro con el érase una vez de sus vidas. Casi todas las historias relatan infancias difíciles que comienzan con hambre y están jalonadas de desgracias y penurias que les han impedido ir a la escuela hasta hoy. Cuando llegaron a este centro de adultos hace unos años, escribían con dificultad y leían torpemente. Todavía tienen faltas de ortografía, pero han decidido poner sobre el papel lo que tantas veces han contado. La Fundación El Monte ha editado un libro con todos sus relatos autobiográficos. Nadie ha corregido el estilo literario de los textos, que están escritos en el mismo lenguaje que ellas usan, a veces exquisitamente coloquial y sencillo. Al final de cada historia se recoge el vocabulario que hoy no se entiende porque son palabras antiguas de uso perdido, pero de gran riqueza.

Han volcado en el papel momentos de sus vidas que son inconcebibles hoy y que ruborizan, a pesar de que se han guardado lo más íntimo. "Sólo son trozos de mi vida", dice Valle Ballesteros.

-Soy la mayor del libro, dice Aurora Alfonso, de 72 años

-Y esas manos que están ahí son las mías, señala Antonia Espinosa la portada del libro.

A Antonia recordar su pasado le ha traído un desasosiego incontenible. Ha llorado lo que no está escrito y lo que ya se puede leer, que no es todo, porque ella guarda historias, que para no revivir, mejor es no escribirlas siquiera.

Dice bajito las locuras de sus múltiples depresiones y mucho más alto lo que por fin ha cambiado su vida desde que acude al colegio cada tarde, contando los minutos después de comer para llegar cuando antes a la escuela que los niños han dejado en silencio ya.

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Primero aprendió a leer, después a escribir, y ahora todas han publicado el libro que es el pasado de sus vidas y la alegría del presente. La aventura de lanzarse a publicar la copiaron de otro centro de adultos de Dos Hermanas (Sevilla) que decidió poner por escrito los quehaceres de las aceituneras. Otros colegios de adultos de la provincia se han lanzado a escribir libros, "pero no todos son relatos autobiográficos", explica Fernando Cordero, el profesor que les ha guiado en esta aventura literaria.

Parir estos libros, porque dicen que ha sido como un parto, no es sólo la demostración palpable de que han aprendido a escribir. También a relacionarse con la gente. A salir llorando de ilusión cuando El Monte les dijo a las alumnas del Juan XXIII que lo editaban; a explicar a los alumnos de Pedagogía el trabajo de un curso entero escribiendo sus vidas; a hablar por la radio; a posar para la foto de los periódicos. Y todo sin reírse sin medida y a destiempo, sin ponerse coloradas, sin avergonzarse por no encontrar las palabras con las que expresarse. "Es que no es lo mismo firmar que poner el dedo".

"Iba a correos y me daba vergüenza rellenar los papeles, dice Mercedes Ledesma. Y cuando iba a comprar con mi marido, ni siquiera pedía; me quedaba detrás de él hasta que me decía: parece que estás pidiendo, si el dinero es tuyo; pero me daba vergüenza. Ahora he ido al banco a pedir un crédito y me dijeron que tenía que ir mi marido. Dije que el crédito lo pedía yo y que era de mi dinero, de mi paga. Me lo han dado. Si me quitan el colegio me quitan parte de mi vida".

"Yo hacía trabajos manuales, tenía una depresión muy grande y me trajeron aquí. He perdido la depresión y ya sé escribir. Bendita la hora", dice Antonia Espinosa, que ahora mira atrás y se da cuenta de que al final del relato de su libro, había otro camino que merecía la pena: la escuela.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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