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Crítica: Gran Hermano
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La función va a empezar

Arrancó Gran Hermano el domingo por la noche y los morbosos que nos habíamos sentado ante el televisor nos quedamos con las ganas de ver lo que nos apetecía: gente encerrada en una casa discutiendo, peleándose por el último botellín de cerveza, haciendo el amor (o algo parecido), duchándose o reventándose un grano ante el espejo del cuarto de baño. Tendremos que esperar hasta el miércoles para ver qué hacen los 10 reclusos seleccionados por la dirección del programa, alegres muchachos y muchachas con ganas de vivir experiencias nuevas y con cara de estar convencidos de que Orwell es una marca de mayonesa.

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La primera entrega de Gran Hermano consistió en autobombo para Tele 5: los guionistas se habían esforzado en convencernos de que la humanidad no había dado un paso de gigante semejante desde que Neil Armstrong pisó la superficie lunar en el verano de 1969. Se nos abrumó con cifras (miles de aspirantes, 100 profesionales de lo audiovisual fisgando sin parar en las vidas de los elegidos, 29 cámaras instaladas en los lugares más peregrinos), mientras los presentadores del programa (Mercedes Milá en el plató, Fernando Acaso a pie de obra) insistían en que de morbo nada, que es una experiencia sociológica tras la cual la televisión tal como la conocíamos desaparecerá definitivamente.

Y mientras desfilaban los 10 privilegiados que pasarán tres meses en este Auschwitz audiovisual y eran entrevistados sus amigos y parientes, uno pensaba que el invento tampoco es tan nuevo. De hecho, lo de pasar unos meses en un barracón con una gente a la que ni conoces ni te interesa lo más mínimo hace años que está inventado: se llama servicio militar y, aunque ahora esté de capa caída, a los que lo vivimos nos recuerda poderosamente a este Gran Hermano que se inventó ese ejecutivo holandés cuya empresa acaba de comprar Telefónica.

Muchos nos preguntábamos qué pinta Milá en este asunto, y la emisión del domingo sirvió para descubrir que su presencia en el plató está llamada a dotar de cierta respetabilidad al producto. Gracias a Mercedes descubres que no se abusará de las tomas en el retrete a no ser que éstas tengan una carga informativa. Mercedes adopta un tono de colega enrollada que convierte a los morbosos y a los fisgones en sesudos progresistas que asisten a un gran avance social.

El domingo la cosa acabó con la llegada de los reclusos al barracón. Semana a semana irán siendo eliminados hasta que sólo quede uno, quien se embolsará los 20 millones prometidos por sus carceleros. A partir de ahora, los podremos ver en acción prácticamente a diario. Desde que he descubierto, gracias a Milá, que soy un progresista y no un cotilla, no pienso perder de vista a estos 10 visionarios.

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