¿Universalismo islámico?
IMANOL ZUBERO
Amnistía Internacional ha denunciado a Arabia Saudí por violar gravemente los derechos humanos. Este país (a cuya defensa se consagró durante la Guerra del Golfo otro Estado habitualmente objeto de denuncias humanitarias como es Estados Unidos), aplica estrictamente la ley islámica para combatir la delincuencia, lo que implica el uso de la pena de muerte mediante decapitación pública, las amputaciones de miembros o los latigazos. También se cuestiona el secretismo de los procesos judiciales, que dificulta la defensa de los acusados, permitiendo incluso la tortura a los mismos. No es la primera vez que AI denuncia a un Estado por violar los derechos humanos. Tampoco es la primera vez que el Estado se atrinchera en su soberanía para rechazar la acusación. Pero sí es la primera vez en que la defensa se realiza recurriendo a la especificidad cultural del denunciado: según Arabia Saudí el objetivo inconfesado de AI es atacar la sharía, la ley islámica, fundamento de su sistema judicial, lo que no es sino una manifestación de inaceptable eurocentrismo, el intento de imponer una determinada concepción ética a todo el planeta.
El ministro de Exteriores saudí lo expresaba así en una entrevista con la enviada especial de EL PAÍS: "No creo que violemos los derechos humanos, a no ser que se considere que esos derechos sólo pueden ser garantizados en Arabia Saudí si cambiamos nuestras leyes. Y a este respecto, lo siento, pero no vamos a cambiar nuestras leyes. Nuestras leyes son, además, de aplicación universal: la sharía representa no sólo las creencias de los ciudadanos saudíes, sino de 1.200 millones de creyentes. Si se trata de aplicar estándares universales, ¿cómo se puede asumir que una ley seguida por 1.200 millones de personas no es de aplicación universal?"
La conocida tesis de Huntington sobre el choque de civilizaciones parece contar con un nuevo argumento. Para este analista las civilizaciones son el "nosotros" más amplio e incluyente dentro del que nos sentimos culturalmente en casa, radicalmente distintos de todos los demás "otros" ajenos y externos. La religión suele ser el elemento más importante a la hora de configurar las civilizaciones, hasta el punto de que personas que comparten etnicidad y lengua pueden asesinarse bajo la enseña de dioses diferentes. ¿Hay que concluir entonces, como hace Huntington, que el ideal universalista -es decir, la creencia en la existencia de un conjunto de valores, representados en la Declaración de Derechos Humanos, congruente con cualquier cultura y aplicable en cualquier lugar- es falso, inmoral y peligroso? ¿Hay que aceptar convivir con países que, en aplicación de su tradición cultural, decapitan o electrocutan, mutilan, expulsan a la mujer del ámbito público, persiguen al diferente o lo convierten a la fuerza?
Muchos estudiosos, desde distintas tradiciones intelectuales, se afanan por encontrar non-majoritarian sources of legitimacy, fuentes de legitimación no basadas en el princi-pio de la mayoría, convencidos de que no hay sistema social local o global que pueda sostenerse si no existe una conciencia de pertenencia común que haga posible que las personas que lo constituyen se identifiquen entre ellas como ciudadanos asociados y unidos libremente. Pero, ¿dónde encontrar tales recursos comunes si las tradiciones culturales se muestran tan distintas?
El problema de la articulación social y política de unas realidades humanas cada vez más complejas va a ser, sin duda, el gran problema del próximo siglo. Se manifiesta a nivel macro, pero también a nivel micro. Raz señala que sólo cabe admitir la legitimidad de aquellas culturas que practiquen la libertad de expresión y de crítica de todos sus miembros respecto al propio grupo cultural y que respeten el principio básico de la libertad de elección de todos los individuos para pertenecer o para abandonar el propio grupo. Lo mismo plantea Habermas: "Incluso entre ciudadanos de la misma comunidad política cada uno es otro para los otros y tiene todo el derecho a seguir siendo otro". No es mal principio, para empezar a hablar.
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