Españas
En el llano de Almansa, tropas portuguesas, inglesas y holandesas lucharon contra un ejército de castellanos y franceses. Fue un 25 de abril, mañana hará 293 años. Felipe V ganó allí una batalla clave dentro de la guerra que en toda Europa le enfrentaba al archiduque Carlos de Austria. El Borbón se jugaba las dos Castillas, el heredero de los Habsburgo, toda la Corona de Aragón. A causa de aquello, los valencianos perdimos los fueros, las leyes y las libertades. Los catalanes, tardaron un poco más, pero su Onze de Setembre (de 1714) estaba ya escrito en nuestro Vint-i-cinc d'Abril (de 1707). Las lecturas nacionalistas pueden y deben matizarse. Maulets y botiflers eran parte de una misma sociedad en conflicto. La épica patriótica siempre es una simplificación. Sin embargo, la aprensión ante el maniqueísmo no conduce a negar que entonces se rompió una línea histórica y que algo se desequilibró con la imposición del absolutismo monárquico. Ernest Lluch ha escrito a propósito de "las Españas vencidas del siglo XVIII", plurales y politerritoriales, sobre las que caería un manto "unitarista" brillantemente modernizado, en el cambio del siglo XIX al XX, por los intelectuales de la generación del 98. Con todas las prevenciones ante el peligro de la idealización, Lluch ha reivindicado el "tesoro político" de la España austro-húngara, su orden "asimétrico", su acomodo de la diversidad y su fermento de Ilustración y de liberalismo. He aquí un notabílisimo ejemplo valenciano: Gregorio Mayans, ilustrado, austracista y protoliberal. Como ha señalado Miguel Herrero de Miñón al comentar el libro de Lluch, "la politología de nuestros días presta especial atención a cómo articular los derechos individuales y los colectivos. Si los primeros, los derechos individuales, son indeclinables, los segundos son innegables, incluso como horizonte de posibilidad de aquéllos. Y uno de los mejores ejemplos, aunque no el único, es el derecho a la lengua propia". Más allá de los irredentismos viscerales, las "Españas vencidas" buscan aún en el marco constitucional del Estado moderno el encaje que perdieron hace casi tres siglos.
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