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El niño

Como era de esperar, y no creo que a nadie le haya sorprendido, el presidente Zaplana ha decidido aprobar los Estatutos de la Universidad de Valencia suprimiendo el famoso artículo referente al conocimiento del valenciano -o del castellano- que deberán poseer los profesores que hayan obtenido plaza y que habrán de acreditar mediante la correspondiente evaluación. Y esta decisisión del Consell y su presidente, se ha tomado "dentro del mayor y más escrupuloso respeto a la autonomía universitaria, derecho fundamental de la universidad que este Gobierno siempre ha respetado y respetará". Es decir, que además de chulería, cachondeo. La portavoz del Gobierno, en rueda de prensa, declaró que el Consell estima que dicho artículo no sólo es "ilegal" sino que "no lo comparte desde el punto de vista político". ¿Político?, ¿Y por qué político? Y es que las declaraciones de la portavoz no tienen desperdicio: "Este gobierno quiere que la universidad que ha dado prestigio a esta tierra durante 500 años siga dándose en el futuro". Y anoten esto otro: "El Consell no desea hacer polémica con esta cuestión, pero por su responsabilidad y el compromiso adoptado con los ciudadanos no debe ser una mera comparsa de aprobar algo que considera ilegal y de lo que discrepa políticamente". ¡Vaya por Dios! El Consell no quiere ser "una mera comparsa" de nadie. Es una actitud que le honra. Uno no quisiera ver a su Gobierno ser comparsa de unos y de otros.Pero tampoco quisiera lo contrario. Tampoco quisiera un Gobierno y su presidente obsesionados porque todos sean comparsas suyos. Sin embargo esa es la realidad. El señor presidente de la Generalitat Valenciana vive obsesionado por ver de qué manera acalla, reduce, anula a sus críticos, a sus disidentes mientras favorece a quienes le aplauden, le adulan, es decir, a quienes le hacen de comparsas. Y a quienes no puede acallar o anular, los cubre de descalificaciones o con el desprecio. Pensar que uno es el rey y los demás unos pobres pigmeos ignorantes, no es que sea antidemocrático en un político, es que resulta ridículo, hilarante.

Castigar a unos medios de comunicación a quienes les ha tomado ojeriza porque desde el primer momento en que accedió al poder, no se avinieron a renunciar a su obligación de ejercer la crítica cuando así lo consideren oportuno, además de demostrar el talante antidemocrático, supone albergar un rencoroso infantilismo, la rabieta del niño que no ha obtenido lo que quería. ¡Se van a enterar de lo malo que soy! Y efectivamente, ¡se van enterando!

Parece ser que este contencioso con la Universidad de Valencia también tiene algo que ver con el niño enrabietado. El niño no quiere que le discutan ni que le riñan. Quiere que le jonjoleen, le hagan arrumacos y le rían sus gracietas. De lo contrario se pone furioso y empieza a dar manotazos a diestro y siniestro. El niño siempre agradece y se pone ufano ante los cariñitos que le hace la abuelita consentidora. Pero se pone furioso cuando los padres le reprimen por haber hecho algo que no está bien. Y en esas estamos.

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