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Salud y belleza

Estaba yo tomándome un muesli cuando en Telemadrid apareció un locutor que cubría la salida del Cristo de los Gitanos. No puedo precisar de dónde salía tal Cristo, porque no sé mucho de iglesias, pero, si tuviera que elegir una, diría que podría ser la que está en la calle Toledo, me parece que encaja. El caso es que el locutor, al que se notaba que el asunto de las procesiones le venía de lejos y que aportaba al respecto muchos datos que he olvidado, contó que los que sacaron (¿nazarenos?) al Cristo de esa iglesia tardaron dos horas en hacerlo.Y ahí apareció para mí una clave nunca antes vista en la materia de estas fechas: gran parte de los esfuerzos de estos ¿penitentes? consiste en conseguir sacar algo por un sitio por el que no cabe. En este caso, y para lograrlo, uno de los fornidos se subió a la plataforma en la que se alza el Cristo y empezó a quitarle cosas altas que daban con el techo y atascaban el camino. Le quitó un par de elementos de nombre y contenido ignotos, que hicieron que la gran cosa pudiera avanzar apenas unos pasos, hasta que llegó el momento en el que el fornido, como cumpliendo un deber paradójico que consistía en tomar una decisión de última instancia que ya supiera de antemano, descolgó del Cristo el peso de la cruz, cuya maciza verticalidad chocaba con el marco de la puerta.

Y entonces sí, pasito a pasito, casi al milímetro calculado, el paso avanzó hasta aparecer en la calle con su Cristo al hombro. Admiré que en realidad todo el mérito tuviera la naturaleza del empecinamiento o la tenacidad: ingeniárselas (aun en la repetición consabida del proceso) para que algo muy grande saliera por un hueco menor que su volumen. Así se superan los obstáculos, pensé, con fe en el camino por venir y haciendo lo que haya que hacer. Las dudas me invadieron de nuevo cuando los mozos, una vez liberado el Cristo del dolor y de la oscuridad, volvieron a ponerle su cruz para llevarle con ellos por las calles. No entendí: una vez conseguido descargar al Amado de su sangrante condena de culpas, lo natural sería impedir que la cruz pudiera volver a dañarle. En contra de los clavos de Cristo, de la perpetuidad de sus heridas.

Para ser de ceniza (creo), el miércoles por la tarde adquirió en Madrid una luz que hacía días nos faltaba y subieron las temperaturas en los termómetros. Parecía el primer anticipo de una estación más favorable y pasamos un par de horas al aire libre. Pensé en la pasión, en que la vida es una pasión solitaria en la que hemos de combinar la contención con el afán. Pensé en la reiterada y eficaz insistencia que ocupa a los apasionados en sacar algo muy grande por una salida angosta. Mercedes llamó desde el aeropuerto. Retrasado su vuelo al Sáhara para asistir a un festival de música para niños saharauis, nos contó que las autoridades aéreas estaban poniendo obstáculos al gran bulto que ella llevaba cargado de regalos para los niños. Lo que ellos consideraban un sobrepeso era justamente algo muy grande (cuadernos y golosinas junto a los equipos de sonido) que había que sacar por una puerta supuestamente limitada del fuselaje de un avión. No hemos vuelto a tener noticias, así que confiamos en que el afán haya encontrado esa salida para la alegría enorme de los niños.

Estábamos al sol tenue, despejado de tanta contaminación de nombres y de coches, y Esther se despidió para ir a clase a la autoescuela: "Salud y belleza", nos dijo alejándose sonriente. Fue una consigna espontánea que nos llegó con la calidad de un lema. Un par de palabras, salud y belleza, que podrían constituir el título de la sección menos interesante de una revista, brillaban para nosotros con una intensidad contraria a los clavos de Cristo. Ella iba a hacer esos tests de preguntas absurdas por las que te suspenden el examen teórico y nos regaló con tal teoría. Iluminados por su sencillez y su verdad, nos mantuvimos juntos hasta mucho más allá de que hubiera amanecido de nuevo, desdeñando con naturalidad todo aquello que se asemejara a un vía crucis. La procesión va por dentro. La pasión que sangra es solitaria, individual e intransferible, y el amigo es quien alivia sin palabras del peso de la oscuridad y de la cruz. Salud y belleza, repetimos varias veces, y yo recordaba al locutor de Telemadrid que contaba que, bajo el sobrio manto negro o morado, el Cristo de los Gitanos lleva gemelos.

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