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Caminar

IMANOL ZUBERO

Soy un caminante empedernido. Caminar es una de las cosas que mejor sé hacer y, desde luego, una de las que más a gusto hago. Pero, gustos personales al margen, pocas imágenes habrá más poderosas que la del camino.

El filósofo y ensayista norteamericano Henry David Thoreau (1817-1862), conocido por su obra Walden, en la que narra su experiencia de vida austera y autosuficiente durante más de dos años en plena naturaleza, así como por su opúsculo Sobre el deber de la desobediencia civil, que inspiró a Gandhi y que sigue siendo un soplo de aire fresco para la mentalidad insumisa, es autor también de un breve ensayo que lleva por título, precisamente, Walking, caminar o pasear. Es curioso que en esta obra Thoreau prefiera utilizar la expresión "saunter", que significa pasear tranquilamente, cuyo origen explica de la siguiente manera: según unos, deriva de las personas que vagabundeaban por Europa en la Edad Media y pedían limosna con el pretexto de dirigirse "á la Sainte Terre", a Tierra Santa, por lo que eran conocidos como los "Sainte-Terrer"; según otros, deriva de los "sans terre", es decir, de aquellos individuos sin tierra ni hogar. Así pues, el que posee el don de sauntering, el don de deambular, es una persona sin hogar propio que camina en pos de la Tierra Santa, una tierra de todos. ¿No es sugerente?

La imagen del camino es central también en la más conocida máxima de Gandhi: no hay caminos para la paz, la paz es el camino. No es posible andar los caminos de la paz si no es con actitudes y prácticas de paz. Nos engañan o se engañan quienes afirman buscar la paz mediante el uso de la violencia. Nos engañamos cuando pensamos que se puede construir la paz cediendo ante la violencia. En el libro de los Proverbios podemos leer: "Hay caminos que parecen rectos, pero al cabo son caminos de muerte". Eso es lo que ocurre con los caminos de la violencia. Por cierto, el propio Gandhi narra en su autobiografía cómo su decisión de viajar a Londres para estudiar derecho le acarrea ser descastado, pues su religión prohibía los viajes al extranjero. También su historia empieza cuando decide moverse de sus lugares familiares.

En el origen de la violencia encontramos siempre incapacidad o negativa para salir de uno mismo -de nuestros lugares, de nuestros intereses, de nuestros proyectos- al encuentro del otro. La violencia es un encierro. Nos encerramos en lo nuestro, cerramos a los demás el acceso a los recursos, encerramos al otro en definiciones nacidas del prejuicio, cerramos los ojos al sufrimiento ajeno, etc. La violencia es cierre. Cierre de posibilidades, cierre de puertas, cierre de caminos, cierre de comunicaciones, cierre de filas, cierre de bocas, cierre de fronteras.

Por eso, no hay compromiso por la paz si no hay disposición a convertirse en caminante. Salir al camino, esta es la primera condición para hacer la paz. Salir al camino, abrir puertas y ventanas, apreciar el despliegue de posibilidades que la vida ofrece, abrir ojos y oídos atentos a la realidad, reabrir senderos que el tiempo y la falta de uso han ido cerrando. Y salir al camino asumiendo los riesgos de la intemperie. Salir y andar el camino, pero no como turista sino como viajero. El turista que se desliza a toda velocidad observando el mundo a través de la lente de su cámara fotográfica o de vídeo en realidad nunca abandona su casa. Y no lo hace porque no está dispuesto a renunciar a sus seguridades. ¿No es verdad que la violencia tiene su origen, muchas veces, en la búsqueda compulsiva de seguridad? En demasiadas ocasiones nuestras vidas adoptan la forma de una interminable carrera de armamentos. No nos damos cuenta de que cuanta más seguridad pretendemos acumular más amenazadores resultamos para otros.

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Hoy en día nuestras expediciones son sólo vueltas, se lamenta Thoureau. Obsesionados con llegar unos, satisfechos de haber llegado otros, todo indica que a los vascos nos empieza a faltar el don de sauntering. Cualquier momento es bueno para buscarlo.

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