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El último secreto de Greta Garbo

Greta Garbo quería que la "dejaran sola". Fue una de las frases que acuñó en su corta pero intensa carrera cinematográfica, una filosofía con la que intentó vivir después de retirarse a los 36 años. Pero el morbo de su mito y la insaciable curiosidad de sus admiradores acaban de sacar a la luz una de las caras más desconocidas de su vida privada. Un pequeño museo de Filadelfia, el Rosenbach Museum and Library, ha decidido hacer públicas las cartas que la actriz escribió durante 28 años a su amiga Mercedes de Acosta, escritora española afincada en Hollywood, para tratar de demostrar que la actriz tenía pasiones homosexuales.El museo abrió los documentos el pasado sábado por primera vez en 40 años, y los hizo públicos ayer. Pero las 55 cartas, 17 postales y 15 telegramas que la actriz mandó a su amiga desde 1931 -en el apogeo de su carrera- a 1959, cuando ya se había retirado de la vida pública, sólo han alimentado la polémica sin resolver el misterio.

"Las cartas no dicen nada explícito como te quiero o te necesito", comentaba ayer, poco después de conocer el contenido de algunas de las misivas, Karen Swenson, la biógrafa de Garbo. "La cuestión sigue abierta. La gente interpretará las cosas como le convengan. Si alguien buscaba algo más explícito de ella era no conocerla". La correspondencia ilustra los altibajos de una larga amistad, con felicitaciones de cumpleaños y ocasionales distanciamientos. Garbo se queja en una ocasión de su profesión y de su intención de seguir llevando una vida lo más privada posible.

Gray Horan, hija de la sobrina de la actriz, se ha mostrado molesta por las presuntas revelaciones. "El misterio Garbo sigue intacto. Sólo sé que le interesaban los hombres". El domingo ya había expresado en las páginas del Philadelphia Inquirer su pesar por el morbo que alimentó el anuncio del museo. "Los comentarios que han despertado estas cartas son la consecuencia de la curiosidad insaciable del público por una actriz que hizo todo lo posible por permanecer inaccesible", ha dicho Horan.

Las cartas son parte del legado que Mercedes de Acosta, nacida en el seno de una adinerada familia española, vendió al Museo Rosenbach en 1960, con la condición de que no se publicaran hasta diez años después de su muerte y de la de Garbo. De Acosta murió en 1968, a los 75 años, y el pasado 15 de abril se cumplió un decenio del fallecimiento de la actriz de origen sueco.

De Acosta nunca llegó a vender los guiones que escribió en el Hollywood de los años veinte, pero consiguió intercambiar confidencias con muchas celebridades de la época, incluida Marlene Dietrich, cuyas cartas también forman parte de su legado pero que todavía no han sido abiertas. En una controvertida autobiografía que publicó en 1960, Aquí está mi corazón, se atribuyó romances homosexuales con muchas de las actrices de la época.

La escritora, que hacia el final de su vida vivía en una precaria situación económica, habría intentado chantajear a Garbo sobre la naturaleza de sus relaciones, publicó el pasado domingo el Sunday Telegraph. "Todo el mundo sabía que Mercedes necesitaba dinero", contó al diario británico Sam Green, uno de los amigos de Garbo. "Sé que algunas personas, incluido el fotógrafo Cecil Beaton, pidieron dinero a Garbo para ayudar a Mercedes. Le dijeron que si no le echaba una mano podía vender cartas que ella había escrito hacía mucho tiempo".

A Garbo se le han conocido varios amantes masculinos. "Aunque nunca se casó, tuvo muchos romances con hombres fascinantes", asegura Horan. En su biografía sobre la actriz, Una vida aparte, Karen Swenson no menciona ninguna relación homosexual. "Sólo encontré hombres en su vida".

Tras retirarse del cine en 1941, con 36 años, después de haber sido la reina Cristina, Mata-Hari o la Dama de las Camelias, Garbo decidió llevar una vida apartada de las miradas del público. "Pero, al contrario de lo que cree la gente, su retiro no fue la existencia enclaustrada que todos se imaginan", cuenta Gray Horan. "Disfrutaba de muchos amigos, viajaba a menudo, iba a fiestas, teatros, restaurantes y cruceros. Los que formaban parte de su círculo de amistades conocían el código secreto para mantener el contacto. Mandaban sus cartas a la señorita G o a su seudónimo favorito, Harriet Brown".

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