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Tribuna
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Los invasores

Antonio Elorza

Los lectores de Gara, el diario sucesor de Egin, están de suerte. Por sólo 275 pesetas como suplemento del precio habitual, pueden ir adquiriendo una a una las piezas de un ajedrez que nos recuerda la actualidad del pensamiento de Sabino Arana Goiri, con su definición de Euskadi como país invadido por España. No hay en el ajedrez abertzale piezas blancas y negras, sino euskaldunes e invasores. De momento, están a la venta la reina euskaldún, con expresión de arrobo que recuerda a Libe, la heroína sabiniana (esperemos que en el campo patriótico no haya rey, sino lehendakari o, por lo menos, un Jaun Zuria), un adusto rey invasor y un primer peón euskaldún, armado hasta los dientes y vestido como prescriben los relatos de cartón piedra del siglo XIX.Según el anuncio del diario, "haz historia completando tu ajedrez con las piezas que te ofrecemos". ¿Hay quien dé más? El problema puede surgir si en una partida se encuentra a punto de triunfar el rey invasor. Cabe sugerir la oferta de otro suplemento de 500 pesetas, con una minúscula carga que haga saltar en tal caso al pérfido monarca por los aires, restaurando el orden, para que de veras la partida se ajuste a la historia.

La sorpresa es que en ese mismo día no eran sólo los vendedores de Gara quienes hablaban de invasión. En su arenga dominical, Xabier Arzalluz olvidaba emplear su inteligencia en reflexionar sobre lo que habría de hacer su partido al consumar el brazo legal de ETA su enésimo abandono de la Casa del Padre. Se ocupaba a su modo del atentado sufrido por el periodista Carlos Herrera, con un extenso artículo titulado "La burda mordaza": confieso que no le presté atención al hojear el periódico porque, al leer las primeras líneas, pensé que se trataba de una denuncia contra todo intento de cortar la libertad de expresión, fuera por medio del terror o de la difamación.

Desgraciadamente, no era así. Arzalluz volvía a la carga contra las opiniones críticas hacia su política y para mostrar que es el jefe, y por ello debe superar a Anasagasti, declaró que los vascos (es decir, los que profesan su versión del nacionalismo vasco) se encuentran ante un nuevo 18 de julio, una "invasión mediática y masiva". No sin antes denunciar a una serie de periodistas, nominativamente, con epítetos descalificantes, en el mismo tono y con el mismo propósito que en los años 50 lo hacían los predicadores vinculados al franquismo: "Vómitos" de uno, "barbaridades" de otros, sin que en caso alguno pusiera sobre el tapete qué motivaba la brutal descalificación.

No es cuestión polémica: el tipo de discurso empleado, en estos últimos tiempos, por el grupo dirigente del PNV, con Arzalluz y Anasagasti a la cabeza, se sitúa en la línea del que en Francia utiliza Le Pen, conjugando la hipérbole, la analogía y una inversión de los significados de raíz totalitaria. Tomemos el ejemplo ofrecido por el propio Arzalluz: calificar de invasores armados, equiparables a los militares golpistas del 36, a unos periodistas que precisamente arrostran el riesgo de ser víctimas de un terror irracional, constituye una inversión idéntica a la que operaban los voceros del nazismo cuando encubrían el exterminio de los judíos declarando que los judíos, es decir, las víctimas, eran quienes destruían a Alemania. Nadie le pone mordaza alguna a Arzalluz, y ello es bien visible, mientras que los terroristas sí intentan aplicársela, y definitivamente, a quienes les censuran en uso de la libertad de expresión. En suma, recurrir a la combinatoria de analogía e hipérbole para designar a quienes sostienen una opinión crítica, asignándoles a los símbolos utilizados una connotación de militarismo y violencia, es en las circunstancias actuales un acto consciente de encubrimiento de aquéllos que ejercen la violencia real. ¿Qué van a hacer los pobres vascos (léase nacionalistas de Lizarra) si se les caen encima la Brunete y el 18 de julio en forma de artículos de opinión?

La cuestión es que, detrás de tales denuncias, deleznables en su inconsistencia, se encuentra la muerte. Arzalluz y Anasagasti lo saben, pero no se inmutan por ello. La disociación de las reglas de juego habituales en las democracias es cada vez mayor, como también ocurre con la pretensión de Ibarretxe de seguir gobernando a pesar de haber quedado en minoría. Cosas de la "democracia vasca". Claro que, para Arzalluz e Ibarretxe, Euskadi va muy bien.

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