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El Madrid aburre a Chamartín

El Espanyol arranca un empate de un partido en el que los blancos no hicieron nada

Otro empate del Madrid, el resultado al que se ha abonado últimamente. Otra sesión de nada de nada de los blancos, incapaces de doblegar a un Espanyol ordenado, mejor, pero poco ambicioso. Otro baño de aburrimiento para una afición verdaderamente castigada. Y una eliminatoria abierta, pendiente en su totalidad de Montjuïc. La ida, en realidad, es como si nunca hubiera existido.Desesperado vivió el primer tiempo Vicente del Bosque, el entrenador del Madrid, harto de corregir una y otra vez, sin excesivo éxito, las lagunas tácticas de Ka-rembeu, instalado como doble pivote junto a Redondo. Al francés le tocó escuchar las constantes voces del técnico, su repertorio de gestos, por moverse casi siempre en la dirección equivocada, por desatender los relevos, por separarse, por maniobrar a su aire. No estuvo fino, no, el jugador de la posición misteriosa -ha probado casi todas, pero cuesta pronunciarse sobre su demarcación apropiada-, pero tampoco lo estuvo el Madrid, que vivió la jornada a ritmo extremadamente bajo, como quien pasea distraído. Y por eso, por esa sensación de que con él no iba la cosa, resolvió de mala manera el primer asalto de las semifinales.

REAL MADRID 0ESPANYOL 0

Real Madrid: Casillas; Geremi, Helguera, Iván Campo, Dorado; McManaman (Balic, m.73), Karembeu, Redondo, Savio; Raúl y Morientes (Anelka, m.60).Espanyol: Cavallero; Cristóbal, Nando, Pochettino, Roger; Toni Velamazán, Sergio (Navas, m.79), Galca, Arteaga; Posse y Tamudo (Serrano, m.75). Árbitro: Daudén Ibáñez. Amonestó a Pochettino, Redondo, Iván Campo y Cristóbal. Unos 15.000 espectadores en el Santiago Bernabéu. Partido de ida de las semifinales de la Copa del Rey. La vuelta se jugará el 25 de abril en el Estadio Olímpico de Mont-juïc.

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Resultó intrascendente casi todo lo que intentó el Madrid. Sólo Raúl, el de siempre, acertó a envenenar el ambiente de vez en cuando en esa soporífera primera mitad con sus repentinas y demoledoras intervenciones. Y quizás también, aunque aún con un cuentagotas más lento, Savio y McManaman. La mayor parte del tiempo, en cualquier caso, se la pasó el Espanyol silbando. Muy ordenadito, acosando sincronizadamente la ralentizada posesión blanca y mordiendo en defensa de vez en cuando. Y hasta concediéndose algún que otro contragolpe homenaje, como el pelotazo certero de Galca que se coló entre Iván Campo y Dorado y que dejó solo ante Casillas a Toni Velamazán. Era gol de todas, todas. Pero como Casillas está como está, en racha y además protegido por todos los santos del mes, el balón se fue fuera.

Claro que también se adivinaba la red al final del camino de dos acciones de ataque madridista: el cabezazo de Iván Campo que abrió el partido -empiezan a rentarle al Madrid las acciones a balón parado- y la octava maravilla del mundo. O sea, la enésima genialidad de Raúl. Un recorte letal con la izquierda que dobló a Roger y un globito dulce con la derecha. El problema para el Madrid fue que Cavallero no se adelantó lo suficiente como para ser sorprendido. Pero principalmente, el problema para el Madrid, y no sólo en esta jugada, fue su propia planicie. Lento, sin ideas y desconectado, pendiente en exclusiva de los arranques de chistera de Raúl. Ese equipo fue el Madrid.

El Espanyol, cómodo sobre un Bernabéu que nunca desprendió olor a Copa, muy frío, no actuó con demasiadas pretensiones. En el fondo, pecó de falta de ambición, valentía para ganar un partido en el que nunca consiguió adentrarse el Madrid. Como no quiso ganar, como no buscó apenas la puerta rival -candada eso sí por el centro por los entonados Helguera e Iván Campo-, el Málaga se encontró a gusto en sus posesiones. Los pases horizontales y hacia atrás siempre son los más fáciles, y más aún cuando enfrente está el Madrid, que también tuvo un mal día en la recuperación de la pelota.

El Espanyol esperaba en la frontal de su propia área a que el Madrid se acercara, y era allí donde le agarraba del cuello. En realidad, tampoco hacía falta. Porque a los blancos se les apagaba la luz en cuanto se aproximaban a la siempre bien plantada defensa rival. No surgía una idea jamás. Las dos o tres irrupciones de Raúl y poco más. Lleva espeso el Madrid mucho tiempo, sobreviviendo de golpes esporádicos de alguno de los suyos, pero ayer se acercó probablemente al límite de lo tolerable. No hizo nada el Madrid. Nada.

Tampoco Anelka, al que Del Bosque arrojó al campo apenas comenzada la segunda parte. El francés reaparecía así después de su célebre plante y su posterior castigo, se presentaba por primera vez desde entonces ante la afición. Y Chamartín le demostró su indignación con una sonora pitada en cuanto el balón le pasaba cerca. Anelka ofreció otra sesión de su irritante andar saltarín e indiferente. Dejó también un derechazo que puso en aprietos a Cavallero, pero no como para conquistar el perdón de la grada.

No se lo mereció tampoco el Madrid, donde un día más tuvo en sus centrales a sus piezas más destacadas. Sólo ellos se mantuvieron de pie, a medida que el Madrid se iba cayendo. Sin laterales -Geremi y Dorado se confirmaron como dos jugadores vulgares, inimaginables se mire por donde se mire en una plantilla como la que se le presupone al Madrid-, sin criterio en el centro del campo y sin munición arriba. Porque hasta Raúl se cayó del todo en la segunda parte, desapareció.

El Espanyol se estiró un poquito en el último tramo, cuando interpretó al fin que el partido le hacía un guiño. Pero su arreón postrero no le alcanzó para salir de Chamartín con una victoria. Dejó el campo como lo encontró a su llegada, con 0-0. Un resultado que en estas historias del ko nunca se sabe realmente a quién favorece. Al Madrid no le vale de nada, desde luego. Pero tampoco al Espanyol, que dejó escapar una ocasión única.

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