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Un frío encuentro en el Everest

Juanito Oiarzabal puso cara de circunstancias y, cosa rara, enmudeció. Inaki Ochoa de Olza acababa de saludarle a las bravas, recomendándole una liposucción para poder encarnar, sin desfigurarlo, al personaje de George Mallory, el longilíneo alpinista inglés desaparecido en 1924 en la vertiente norte del Everest. Oiarzabal lidera la expedición del programa Al filo de lo imposible que pretende recrear la gesta de principios de siglo, aunque ningún papel estelar le está reservado. Demasiado redondo. El alavés y el navarro se saludaron en pleno valle del Khumbu, apenas a dos jornadas de marcha del campo base sur del Everest. El líder de la expedicion Retena Odisea y el primer espanol con las 14 cimas mas altas del planeta en su haber no son exactamente amigos. Ni enemigos. Sus diferencias se saldan con ironía y punzadas que no dejan rastro aparente de sangre. Tensa camaradería entre profesionales de la montaña.

Hay relaciones mucho más tormentosas, como la que separa a Oiarzabal de Iosu Feijoo, también vitoriano e igualmente empeñado en escalar el Everest sin oxígeno. Ambos compartirán campo base desde mediados de mayo. Han anunciado que no quieren ni saludarse.

El clima moral en la montaña puede ser tan frío como el que marca el termómetro por encima de los 8.000 metros. El alpinismo esconde, tras su fachada romántica, tantos desatinos morales como puedan existir en la vida a ras del suelo. Son hombres y mujeres los que escalan, lo que justifica la realidad de un medio demasiado pendiente de la supervivencia económica, luego dispuesto a la envidia.

Madrugadora, la expedición navarra de Ochoa de Olza se ha cruzado muchas veces, durante el trekking de aclimatación, con la todavia más madrugadora expedición andaluza. Fieles al estereotipo, los andaluces se han inclinado por las bromas y la degustación gastronómica: en la aldea de Gorakshep, desde donde los navarros emprendían su regreso y los andaluces se dirigían al campo base sur del Everest, no faltó el lomo ibérico y el jamón, cortado con esmero y bien repartido. Dos días después, el grupo navarro compartía unas galletas con Oiarzabal, que la víspera había cumplido 44 años.

La cohorte de Oiarzabal, interminable (17 personas, siete de ellos alpinistas, que convivirán casi tres meses) y variopinta reaccionó de forma dispar ante el encuentro con compatriotas en tierras del Khumbu: desde la lógica cordialidad (simple educación) hasta la mas grosera indiferencia (¿cuestión de jerarquías?).

A ratos, parece resultar más saludable no tener referencias ni conocimientos sobre el currículo alpino del vecino. La expedición manresana, anclada en Periche, apenas tuvo tiempo de saludarse apresuradamente con ninguna otra: llegaron en silencio y sólo les podrán juzgar (los que se empeñen en ello) según su actuación en la cara sur de la montaña.

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