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El chico que no podía llorar

"Si vuelves a llorar por perder, dejarás el tenis", le dijo su padre a Albert Costa cuando el jugador leridano tenía 13 años

A los 13 años el futuro es aún una incógnita. Sin embargo, es a esa edad cuando empiezan a definirse las coordenadas que van a marcar la vida de una persona en el futuro. Albert Costa, que el pasado domingo se consagró en la Copa Davis con una victoria impresionante sobre Yevgeny Kafelnikov, no era un niño especialmente distinto de los demás. Tenía seis años cuando sus padres decidieron llevarlo al Club de Tenis Urgell para que se iniciara en la escuela de esta entidad, dirigida entonces por Josep Tutusaus, actual responsable de la escuela del Real Club de Tenis Barcelona. Pero a los 13 años vivió un episodio que nunca olvidará.Acababa de perder un partido de tenis y se puso a llorar en un rincón de la pista. Cuando su padre, Jordi, le vio, se acercó a él y le dijo: "La próxima vez que llores por el tenis, lo dejarás para siempre". Mirándolo fríamente, se trataba sólo de una corta frase que a algunos incluso puede parecerles inadecuada. Pero en el fondo, estaba dando a su hijo una máxima que iba a modificar sus esquemas y que le permitiría afrontar su vida y su carrera con el optimismo propio de quien sabe que no tiene nada que perder.

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"Me asusté", confiesa Costa, con la perspectiva que siempre ofrece el tiempo. "Yo no tenía ganas de abandonar el tenis porque se había convertido en algo muy importante para mí. Sin embargo, no estaba seguro de que no volviera a llorar en algún momento. Y mi padre hablaba muy en serio". Albert Costa había aprendido lo que era la competición en el Club de Tenis Urgell, una escuela en la que también se formó otro fenómeno del tenis mundial: Conchita Martínez. "Teníamos 11 años, pero todo aquello era ya muy profesional", confiesa Albert. Con Josep Tutusaus y Eduardo López el club alcanzó unas dimensiones enormes. Había una estructura perfecta y todo el mundo estaba dispuesto a acompañar a aquellos chicos cuando competían. "Nos matábamos por jugar en los equipos. Ahora voy a las escuelas y no veo aquellas ganas", dice.

El primer recuerdo de un partido importante que surge en la mente de Albert es la final del Campeonato de España infantil, a los 14 años. "Es uno de los títulos que más ilusión me ha hecho", afirma. Ganó a Talito Corrales, y resulta curioso que Lorenzo Fargas, su entrenador durante seis años decisivos de su carrera, lo era entonces de Talito. También se acuerda de las semifinales del nacional de alevines, que perdió ante Miñana. "Jugaba a garrotazos y perdí muchos puntos", confiesa.

Costa era un niño muy competitivo, hasta el punto de que reconoce que hizo trampas algunas veces para ganar. "Nunca jugó de forma conservadora. Al contrario, pegaba a la bola y le daba velocidad. Tenía las mismas virtudes actuales y nunca me dio la sensación de que se sintiera presionado, igual que ahora", explica Tutusaus, que trabajó con él hasta los 14 años.

Esa virtud que ahora todo el mundo proclama es una consecuencia directa de la frase de su padre. "Siempre me gustó que mis hijos jugaran al tenis. Lo hizo el mayor y después Albert, pero no hubiera tolerado que ninguno de los dos sufriera por este o cualquier otro deporte", comenta Jordi Costa, padre de Albert. "El tenis es un juego. Y si en algún momento deja de serlo es mejor abandonarlo y dedicarse a otra cosa", afirma de forma categórica. Pero hay pocos padres que no pierdan el sentido de la lógica cuando su hijo se está moviendo en un mundo en el que el dinero es la moneda de cambio. Se ha visto tantas veces a padres chillando a sus hijos por una derrota o incluso pegándoles y creándoles una presión insoportable, que un razonamiento lógico parece un milagro.

"La postura de sus padres fue muy importante y lo sigue siendo ahora", asegura Fargas, que dejó su puesto de entrenador a Josep Perlas, preparador de Moyà, hace un par de temporadas. "Nunca le han creado presión. Al contrario, sólo ha recibido su apoyo, nunca una palabra recriminatoria por una derrota. Creo que es uno de los aspectos fundamentales que le han permitido afianzar su personalidad. Siempre ha tenido una gran seguridad en sus golpes y en sí mismo, y esa confianza le ha dado tranquilidad y capacidad de escuchar y decir lo que piensa".

Cuando Costa se instaló en la Residencia Blume de Barcelona tenía 14 años y le costó adaptarse. "Los dos primeros años iba a Lleida todos los fines de semana", explica. Se integró en un grupo de alta competición de la Federación Española de Tenis supervisado por Manuel Orantes y Javier Duarte, en el que se entrenó con Toni Moure. Fue un paso más, aunque no descubrió que podía convertirse en un profesional hasta que a los 18 años perdió la final júnior de Roland Garros ante Roberto Carretero.

"Antes de París había disputado algunos circuitos satélites, y después jugué en Santiago de Chile, ya entrenado por Fargas", recuerda. "Allí gané a Berasategui y caí en cuartos de final. Comprendí que podía ganar a muchos de los jugadores que estaban entre los 100 mejores del mundo, y concluí el año ganando la Orange Bowl".

Los cimientos ya estaban puestos. Era el año 1993. En 1994 su clasificación mundial ascendió desde el puesto 221º al 52º, y el ATP Tour le destacó como la mejor promesa. Llegaron los éxitos iniciales, su escalada hacia los 10 primeros lugares de la clasificación y, con ello, la confirmación de las expectativas que había despertado. El apoyo incondicional de su novia, Cristina, y la entrada de Perlas como técnico marcaron decisivamente la última parte de su carrera profesional. Pero en su cabeza aún resuena la frase que ha guiado su camino: "No quiero que sufras por el tenis".

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