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Por si sirve de ayuda.

Joan Subirats

Son ya muchas las opiniones vertidas sobre los resultados del 12 de marzo y sus efectos en la izquierda española. Mis argumentos pretenden salir de la coyunturalidad y plantear algunas reflexiones más generales, que en muchos casos no son específicas del país. Lo hago por si sirve de ayuda, y porque creo que a veces se pretende renovar a la izquierda desde categorías mentales y desde concepciones que cada vez son más propias de la derecha. Vayamos por partes.Buena parte de la izquierda europea se ha movido bajo el peso de lo que ha significado la tradición ilustrada en su evolución intelectual. Desde esa tradición se explica el fuerte enraizamiento de la creencia de que es posible cambiar la sociedad desde un diseño racional surgido de la mente privilegiada de los que saben lo que conviene al pueblo. De esta manera, el culto a la razón, el culto al progreso, lo justificaría todo, desconfiando de la libre interacción social. Esta especie de despotismo ilustrado implícito, esta tendencia a vincular el proceso de transformación social a aquello que se pueda hacer desde el poder, son algunos de los elementos que atraviesan el continuum de la izquierda organizada europea hasta finales de los ochenta.

Es innegable que hemos de atribuir a la izquierda en su conjunto buena parte del protagonismo en la conquista de un welfare, que puede ser considerado, junto con la consolidación de las libertades fundamentales, la característica más significativa del avance de la civilización en Occidente. Pero, el welfare ha generado, asimismo, algunas consecuencias no tan positivas, o incluso, no previstas, y que podemos atribuir tanto a los grandes cambios de todo tipo del final de siglo como a ciertas concepciones de la izquierda tradicional sobre las relaciones Estado-sociedad. Esta visión de que la responsabilidad de todo lo que pasa es de los poderes públicos, o debería serlo, ha provocado al mismo tiempo tanto un grado de intervencionismo, probablemente injustificable en ciertos casos, como una tendencia peligrosa al desarme civil, o, por decirlo de otra manera, una creciente desresponsabilización social. Por otro lado, la izquierda ha ido construyendo su identidad desde su capacidad de representar y guiar a los trabajadores. Izquierda y problema social han tendido a identificarse. Pero hoy, en plena vorágine de nueva economía y de outsourcing, ni es necesario concentrar trabajadores para ganar dinero, ni los trabajadores que quedan mantienen los lazos fuertes que caracterizaban su identidad. Y en ese contexto crecen los espacios de autonomía de los colectivos y de los individuos. Las decisiones se diversifican y se cruzan, creciendo la complejidad y la divergencia. Para dirigir el conjunto resultante, los mecanismos tradicionales de decisión-mando-control resultan del todo insuficientes. Las interdependencias aumentan, y cada vez más se necesita más autogobierno, una mayor asunción compartida de responsabilidades para evitar que la fragmentación resulte excesiva.

¿Y qué decir de la forma partido? En algunos de los últimos estudios de la sociologia electoral realizados en Italia o Suiza se pone de relieve que la tradicional conexión trabajadores dependientes-izquierda tiene hoy día poco sentido. Si hasta hace unos años la izquierda era vista como un instrumento de mejora económica, como una garantía para alcanzar unos derechos sociales que asegurasen mínimos vitales, hoy parece que estas conexiones cambian. La mayoría de la gente identifica a la izquierda más con procesos de emancipación civil y cultural. Elementos como seguridad, trabajo, ocupación, coste de vida forman parte cada vez más en el imaginario colectivo de elementos conectados con la derecha. Mientras que la izquierda se liga más estrechamente a libertad, a derechos civiles, a participación, a derecho de expresión, a defensa del medio ambiente. Y, sobre todo entre los más jóvenes, izquierda es sinónimo de gente que valora la comunicación personal, las diferencias de género, las actividades culturales. Neomaterialismo de derechas, posmaterialismo de izquierdas parecen iconos detectables en las percepciones hoy emergentes. Aunque bien es cierto que la izquierda encuentra, y puede hacerlo aún mucho más, espacios en aspectos de nueva desigualdad material y cognitiva que nutren los actuales fenómenos de exclusión, mientras la derecha se afana en garantizar seguridad por encima de todo. Y Éste es un valor nada despreciable en esta sociedad de incertidumbres en la que nos movemos, con inestabilidad del mercado laboral, difusión de fenómenos de criminalidad, crisis de los bloques y de las ideologías, flujos migratorios en ascenso (con la dosis de desconfianza e inseguridad que acostumbran a comportar). Los privilegiados tradicionales tienen miedo a perder aquello que siempre han tenido, y los que han llegado hace poco a una cierta, y quizás pasajera seguridad, aún se muestran más intolerantes, ya que son también los más vulnerables. Ante este panorama, la derecha siempre tiene respuestas. Respuestas quizás moralmente inaceptables, por lo que suponen de cerrazón e intolerancia, pero para mucha gente lo que cuenta son las respuestas, por simples y cortas de miras que sean.

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La izquierda ha encontrado dificultades de adaptación en estos nuevos escenarios. Lo que sigue caracterizándola, su fuerza igualitarista, no encuentra fácil acomodo en sus estratos naturales, los trabajadores, que tienen ya algo de lo que precisaban, y que ahora, frente a las amenazas existentes se giran hacia otros portadores de seguridad. La fuerza igualitaria de la izquierda se mueve mejor en temas como identidad, autorrealización, lucha frente a las diferencias no estructurales. Se trata de una nueva izquierda surgida en plena edad de oro del welfare, que florece en medio de grupos más secularizados e instruidos. No es, pues, extraño que la izquierda tenga hoy problemas de identidad, ya que sus bases naturales se alejan de esta tradición, buscando en la derecha orden, autoridad, intolerancia étnica, nacionalismo simple. Mientras, la izquierda mantiene un discurso que podríamos caracterizar como de más a la contra: desconfianza ante instituciones y fuerzas de orden, cosmopolitismo y defensa de los nacionalismos minoritarios, tolerancia étnica..., en vivencias y sensibilidades que se definen, por tanto, más por estar planteadas en oposición que por estar expresadas en positivo.

De este conjunto de elementos podríamos ir configurando una concepción de izquierdas que, sin obsesionarse por recuperar el poder a toda costa, debería alejarse de los componentes más racional-integradores (clase-sindicato-partido), y más racional-planificadores (programa, conquista del poder, planificación jerárquica). Tendría que buscar su fuerza en la recuperación de los ideales comunitarios (¿parecidos quizás a aquellos calificados hace ya tiempo como utópicos?). Debería partir de la hipótesis de que en la sociedad existen soluciones. Debería evitar caer en los corporativismos que sin duda secularizan (fidelizan), pero que restringen capacidad de adaptación y flexibilidad, encorsetando los márgenes de maniobra. Y tendría que lograr recuperar para la política espacios propios, los espacios de una ciudadanía reconstruida. Dicho todo ello sin ánimo de molestar, y sólo por si sirve de ayuda.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona.

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