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Masters de Augusta

¿Alguno trabaja más que él?

Carlos Arribas

Hay tipos que dejan huella y tipos como Vijay Singh. Un mastodonte con fama de excéntrico nacido en una remota isla de la Polinesia que aprendió a jugar al golf a la sombra de un mango en la calle del 14º del campo del aeropuerto de Nadi. Lleva ya nueve años en el circuito americano y prácticamente lo único que se sabe de él es que practica mucho, un atributo que, en estos tiempos que corren, no se sabe si es bueno o es malo. Más bien lo segundo. La gente que lo cuenta lo suelta con el tonillo típico: ah, Singh, el zumbado ese que no sale del campo de prácticas. Y ni siquiera su triunfo en el Campeonato de la PGA de 1998 (la primera vez que un ciudadano de las Islas Fiyi, 18.000 kilómetros cuadrados, 800.000 habitantes, 11 campos de golf, ganaba un grande) hizo que cambiara excesivamente la valoración que le merecía a sus colegas. Y tampoco parecía que su posible triunfo ayer en el Masters (empezó ayer líder la última jornada del torneo de Augusta, con tres golpes de ventaja sobre el segundo, David Duval), que su foto con la chaqueta verde, pudiera hacer avanzar un poco más el aprecio de su personalidad.Hay un estereotipo sobre Vijay Singh (grande, de más de 1,90 metros; de más de 95 kilos de peso; gran pegador) y sobre ese estereotipo, construido sobre la falsa leyenda de que sólo para de practicar cuando las manos le comienzan a sangrar, han girado todas las consideraciones. Se dice que un día, después de fallar un corte en un torneo en Madrid, se tiró ocho horas dándole a la bola en el campo de prácticas, más de 1.000 bolas golpeadas, nada de comer; se dice que con el golf (y con su esposa, Ardena) se acuesta y que con el golf se levanta; se dice que nada más llegar a su habitación del hotel aparta los muebles y entrena su swing ("eso ya no", aclara en un raro gesto de humor, "ahora sólo practico con el putter); se dice que es inasequible al desaliento y más terco que una mula.

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El inmutable Vijay Singh gana apacible el Masters

También se decía que no sabía darle con el putter. Ya no se dice más.

Los problemas de Singh con el palo del último golpe han sido tan legendarios como su afición al trabajo. Todos los compañeros del circuito le han visto agarrar el putter de 20 maneras diferentes, también le han visto cambiar de marca y modelo, probar con el putter largo, ese que parece una escoba. "Y nada me funcionaba hasta que Ardena me dijo que bajara la zurda y hasta que yo mismo me di cuenta de que era un problema mental: antes odiaba el putt, ahora no". Ahora, sábado por la noche, está en vísperas de derrotar al campo de Augusta, el campo con los greens más complicados; está a punto de ganar el torneo que más precisión final exige.

Vijay Singh, de 37 años, está en el punto más alto de un viaje que estuvo a punto de acabarse abruptamente hace 15 años en el Open de Indonesia. Singh, ya por entonces un hombre errante, sin apego por sus raíces (vive en Ponte Vedra, Florida; su madre en Australia, y su padre en Nueva Zelanda. Son de origen indio, y eso en Fiyi significa segunda categoría), fue suspendido del circuito asiático acusado de haberse apuntado un golpe de menos. Sin más recurso que su fiebre por el golf, el joven fiyiano subsistió en la selva de Borneo dando clases de golf a camioneros y leñadores por 200 dólares al mes. "Y eso era duro, la humedad y los 40 grados a la sombra". De allí saltó al circuito africano, el Safari Tour (ganó dos veces el Open de Nigeria, disputado en greens de arena) y cuando aquella historia se acabó, y guiado por su creciente ambición, llegó en los 90 al circuito europeo, siete victorias, notoriedad y dinero, el trampolín para su destino definitivo, el gran circuito americano. Pasa inadvertido, pero hasta el sábado llevaba siete victorias; y quizás siga pasando sin dejar huella, aunque la octava lleve consigo una chaqueta verde.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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