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Logomaquia inmoral

Hay lenguajes que parecen ajustarse al estado de cosas sin que medie entre lo que se dice y aquello de lo que se dice la opacidad expresiva del hablante. Se los suele caracterizar como lenguajes objetivos, y es precisamente a ese rasgo al que se recurre cuando se los diferencia de otros tipos de lenguaje más expresivos, con una mayor presencia del hablante, y a los que se les suele considerar subjetivos. No discuto la conveniencia de esos lenguajes -a los que aquí denomino fríos- en determinados campos del saber y de la actividad humanos. Pero frente a la distinción objetivo-subjetivo, que es la que habitualmente se usa, prefiero recurrir a la que se articula en torno al eje moral-amoral, sin que el segundo de estos términos adquiera aquí un contenido peyorativo. Habría, por tanto, lenguajes morales y lenguajes amorales, ambos igualmente válidos en principio y, por paradójico que parezca, no susceptibles como tales de ningún juicio moral recusatorio. El modo del lenguaje no es bueno o malo, lo que sí es bueno o malo es lo que con él se dice, sanción que afecta en especial a los que yo denomino lenguajes morales. Los enunciados de la física cuántica serán verdaderos o falsos, nunca buenos o malos.El problema se plantea cuando lenguajes que no pueden ser sino morales pretenden recurrir al estatus de los otros, es decir, al de los amorales. En este caso, nos hallaríamos ante un nuevo modo de lenguaje que sí sería susceptible de recibir como tal una sanción recusatoria. Nos hallaríamos ante un lenguaje palmariamente inmoral, sea cual sea el contenido de lo que con él se dice. Un lenguaje que trata de eludir todo tipo de responsabilidad moral en sus aserciones, cuando son evidentes sus implicaciones morales, no puede ser considerado de otra forma que de inmoral. Es un lenguaje que abunda entre los políticos, aunque, en honor a la verdad, he de reconocer que se da más en unos que en otros. Recurren a él con profusión aquellos políticos cuyas estrategias están más ligadas a lo inconfesable, y que se ven obligados a esquivar las dudosas derivaciones morales que le van parejas. Joseba Egibar, por ejemplo, es muy aficionado a utilizar ese lenguaje de no implicado, ese lenguaje amoral de neutro observador objetivo. Pero quien es un experto en esas logomaquias es Rafael Díez Usabiaga, secretario general del sindicato LAB.

Para comprobar su pericia, basta con leer la entrevista que concedió a este periódico hace unos días. Llama la atención, por ejemplo, ese afán conceptualizador que crea nuevos nombres de tinte territorial para acontecimientos u objetivos políticos. Así, a la unidad de las fuerzas nacionalistas la llama el "Txiberta político". Pero hay otras pedanterías de esa índole como el "Malzaga político" o, por supuesto, el "Lizarra político", pedanterías que no son nada inocentes. Responden al afán de crear un neolenguaje formulario, abstruso y opaco, en el que el contenido conceptual escapa a todo juicio para trnsformarse en un mitema historicista. De apariencia objetivizadora, como puede serlo un concepto científico, invierte sin embargo la naturaleza de estos últimos y convierte sus conceptos en pura resonancia. No significan, sino que evocan, y hacen de esa evocación algo incontestable.

Idéntico afán por pulir y neutralizar las implicaciones morales de su lenguaje lo vemos cuando califica a ETA de "variable armada del conflicto político". Nos llevaría otro artículo entero el análisis adecuado de esa expresión y del hábil acolchamiento a que es sometida la palabra clave -armada- a través de ese patchwork conceptual delirante. Pero la guinda de su modo discursivo es el vaciado de conceptos, que son susceptibles de ser utilizados después como comodines sacrales válidos para cualquier tipo de enunciado. Así cuando afirma que "la izquierda abertzale está dispuesta a asumir ser minoría en un espacio democrático sin límites desde el reconocimiento de Euskal Herria", ahí la palabra democrático no es más que un comodín legitimador de un enunciado que niega de hecho el significado de la palabra democracia. Pues el verdadero sentido de esa frase es que la izquierda abertzale por nada del mundo está dispuesta a ser minoría salvo en unas condiciones que la conviertan de hecho en mayoría. El mal propio se convierte siempre en mal ajeno, y de ese modo se llega al extremo de afirmar que el PNV sabe que el fin de la lucha armada está en sus manos, cuando es él quien sabe, y muy bien, que está en manos de quienes la ejercen, de esa "variable armada del conflicto político" que él tanto se esmera en edulcorar.

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