_
_
_
_

Un vecino en los huesos

"Cuando quitaron la basura de encima del esqueleto, el cráneo se separó del cuerpo y salió rodando". Rafael Montes, presidente de la comunidad de propietarios del inmueble número 21 de la calle Mayor, recordaba ayer el momento del macabro hallazgo. Un operario de una empresa de limpieza había descubierto la osamenta completa de un varón, el pasado miércoles, en una buhardilla del edificio situado a un tiro de piedra de la Puerta del Sol. En el chiscón de al lado vive desde hace un mes Luis, un indigente abulense de 39 años que solía trabajar de albañil en Madrid.El esqueleto estaba sepultado bajo un enorme montón de basura de más de un metro y medio de altura. Luis no se había percatado de la presencia del huesudo vecino. Ni por el olor. "No sabía que ahí había un muerto porque nunca entré en esa habitación", aseguró, al tiempo que mendigaba en plena calle Mayor, apenas a cinco metros del portal del inmueble. "En esa habitación no se podía entrar... la basura llegaba hasta el techo", añadió el indigente. "Los huesos llevaban años bajo la basura y estaban pelados, no tenían ni un gramo de carne del hombre que un día fue", añadió Montes.

El anónimo esqueleto era el cuarto inquilino de la quinta planta del edificio. Fue un desconocido para sus vecinos durante años. Ni siquiera Pedro sabía de su existencia. Este vecino, de 62 años, es el que más años lleva en ese último piso del inmueble. Pedro es un albañil jubilado que cobra una pequeña pensión por invalidez. "Se cayó del andamio y se pegó un golpe en la espalda. Desde entonces no puede levantar peso", explicó ayer Julia, de 43 años, su compañera sentimental. Julia es una indigente que vive con Pedro desde hace 10 años.

La buhardilla donde se produjo el macabro hallazgo tiene un número cuatro pintado en la puerta, a brocha gorda, de color blanco. "En ese apartamento vivía una familia hace ya muchos años", recuerda Pedro. "La madre murió atropellada en la calle, enfrente del portal", añadió. "El hijo era un borracho y el padre nunca sacaba la basura. La tiraban en ese cuarto y por eso hay esta peste", afirmó.

Al entrar en la vivienda, el olor era fétido. Apestaba. Tanto que el cuerpo dejaba de respirar por acto reflejo. El hedor no venía del esqueleto, sino de los desechos acumulados durante años. El suelo estaba alfombrado por una capa de desperdicios de todo tipo. Había hasta jeringuillas. Algunos drogadictos se colaban en el edificio y subían a esa buhardilla a drogarse, según comentaron varios vecinos del inmueble. En la entrada de la casa hay marcas de hogueras y dos nombres escritos con sangre en la pared: Mikel y Ángel.

Montes afirmó ayer que desde que cambió la cerradura del portal e incrementó la seguridad del edificio, en las pasadas Navidades, ya no entran indigentes. Sólo Luis.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_