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El honor

Este país nuestro fue siempre tierra de curas hipócritas, maridos infieles adictos a ponerle un piso a la querida y santas esposas que respondían con frigidez en la cama. La dilatada noche franquista, con su viscoso catolicismo y su obsesión por el honor, contribuyó a perpetuar e incluso a difundir unas costumbres más propias de la casa de Bernarda Alba que de una sociedad dispuesta a ponerse al día.Algo ha cambiado. La transición sirvió, entre otras cosas, para que las mujeres se quitaran definitivamente el delantal, buscaran un curro y muchas de ellas supieran por primera vez en sus vidas lo que es la gloria divina. A partir de entonces, nada fue lo mismo. Dígase lo que se diga, buena parte de los hombres creemos que está bien así y que lo anterior, aquella tradición de esconder la suciedad bajo la alfombra, oír misa en familia los domingos, besar el crucifijo y luego irse con los amigos al burdel, era puro artificio.

Quedan, sin embargo, vestigios del ayer, y no sólo en España. La semana pasada este periódico mostró una foto en la que se ve a Juan Pablo II rodeado del equipo ciclista Amore e Vita, doctrinariamente en contra del aborto y a sueldo del Vaticano. En ella, como detalle casposo, uno de los corredores, vestido con el uniforme de faena, está de rodillas. Parece un niño bueno de colegio del Opus dispuesto a recibir la hostia consagrada. Lo malo es que únicamente los ingenuos se creen una puesta en escena tan angelical. En la época del doping y de la comercialización a ultranza del deporte, fotografías de este jaez parecen tan falsas como las respuestas espontáneas de Ana Botella en su reciente entrevista de Telecinco: ambas apestan a maniobra mediática destinada a dar una imagen positiva cara al exterior. ¡Ah, las apariencias!

¿Y qué decir, para centrarnos en nuestro reducido mundo valenciano, de la cana al aire nocturna de Antonio Ruiz Meroño, el alcalde de Dolores, digna de la biografía de Queipo de Llano o de un cabecilla de Falange? Dicen que el individuo anda ahora buscando testigos falsos con vistas a probar que no se fue de putas, como si eso tuviera importancia una vez que, según el Papa, el infierno ya dejó de existir.

Este hombre es una reliquia más vieja que el sepulcro del Cid, porque se equivoca de pecado. En vez de sentirse orgulloso de darle gusto al cuerpo recibiendo con toda probabilidad clases prácticas de griego y francés y hasta de deep throat, pretende negarlo. Porque de eso se trata: alega que pagó en otro local más virtuoso con nuestra pasta, pero no se le ocurre pedir perdón por el despilfarro, pues el hecho de gastar miles de duros a costa del Estado es algo que considera normal. ¿Qué busca en realidad? Que su honor quede limpio de puteríos, no vaya a ser que el también honorable (por el cargo) presidente Zaplana lo fulmine.

Y es que para ciertas personas, partidos e instituciones, el honor sigue siendo la chaqueta que se ponen únicamente al salir de casa. Unas veces les viene corta y da risa, como cuando Rodríguez Galindo, en el juicio de Lasa y Zabala, ofreció como prueba de su inocencia nada menos que el juramento por su honor de guardia civil. Otras, casi siempre, reporta pingües beneficios. Digo yo que el honor debería de cotizar en la Bolsa.

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