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Cuando lo viejo es bello

Hay relojes con viejas horas de años perdidas entre sus agujas, y perlas maravillosas de los mares del Sur. Olvidados dioses de bronce con alas y con arcos, y sillones en los que un día, tal vez, reposó un viejo caballero, y cuadros, y pulseras, cajas de riquísimas maderas traídas de países de nombres imposibles, catalejos que un día descubrieron la Isla del Tesoro. Y escritorios en los que se escribieron cartas de amor, facturas, expedientes... Todo, de todo hay en los casi 80 pabellones que forman la XIV edición de Artemanía, que el sábado abrió sus puertas al público. Como en otras ocasiones, lo recaudado con las entradas se destina a la Fundación Luca de Tena en beneficio de los huérfanos y viudas de la prensa periódica española.Anticuarios de Madrid, Barcelona, Bilbao, San Sebastián, Burgos, Galicia, Zaragoza... han traído sus mejores piezas hasta el Palacio de Congresos y Exposiciones, en el paseo de la Castellana, de Madrid. Algunos son ya viejos conocidos. Han venido en otras ocasiones, y hoy, de nuevo, están aquí. Como Manuel Noeda, que asegura que lleva viniendo varios años. "Estamos muy contentos. Hacemos nuevos clientes y encontramos clientes antiguos". Óscar se afana en el puesto de Manuela Navarro. Muestra anillos bellísimos, pulseras, collares.Un brillante de seis millones de pesetas. Y una humilde lupa de 3.000 pesetas.

Porque en Artemanía hay de todo. El cuadro más caro, un tapiès: 50 millones. Pero si no se tiene esa cantidad, en Diart, Soledad explica que las bellísimas litografías, también de Tapiès, están entre las 150.000 y las 350.000 pesetas. Viene de Barcelona desde hace cuatro temporadas y dice estar "encantada con Artemanía". Y si, por casualidad, Tapiès no entra en sus gustos, hay violas, millares, barjolas, sauras, litografías de Picasso, y un maravilloso cuadro de Eduardo Naranjo por cinco millones de pesetas. Son unos lirios que "hasta huelen".

Beatriz, de Bálgoma, enseña con orgullo sus muebles. Y un poco más allá, un grupo de señoras elegantes y discretas discuten con uno de los vendedores sobre el origen de una cómoda.

-Es francesa -dice el joven.

Todas miran con aire de entendidas. Andan alrededor del mueble, se agachan, tocan. Una, de pronto, pregunta:

-¿Y no se ha planteado nunca que pudiera ser italiana?

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El joven, educado y sin sonreír más que lo justo, asegura:

-No, nunca. Es que es francesa.

Pero la gente, normalmente, habla poco y pregunta lo justo. Casi más por asombrarse que por interés de comprador. La gente siente como un algo de respeto ante la belleza de un buró, de una caja de ébano, de esa lámpara de barro, tal vez, rescatada de Pompeya. Los clientes de siempre se conocen. Saludan como quien acaba de encontrarse ayer mismo. Se sientan con los anticuarios y hablan de sus piezas sin apasionamiento, pero con esa especie de afecto contenido de los coleccionistas de arte.

Los venerables muebles, los retratos de antiguas familias, los paisajes de valles de cuento, los cálices y los arcones, dan un ambiente de sacristía de rectoral antigua y rica. Tal vez por eso se habla en voz baja, sin levantar la voz. Y sólo, de vez en cuando, suena la anacrónica llamada de un teléfono móvil.

Artemanía. Feria de Arte y Antigüedades. Del 1 al 9 de abril. De 11.30 a 21.30. Palacio de Congresos y Exposiciones. Paseo de la Castellana, 99. Metro Santiago Bernabéu. 800 pesetas.

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