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Antonio Mercero

Antonio Mercero (Lasarte, 1936) vuelve. En realidad nunca se fue de su sitio, pero el telefilme La habitación blanca que presentará el martes en TVE recupera al Mercero más imaginativo, más provocador, más revolucionario que siempre ha sido. En Madrid, las ideas de Mercero han adquirido la categoría de merceradas. Él las cuenta, las explica, las gesticula, las vive y las siente. Y entonces va Carmelo Bernaola, su amigo el músico y antónimo deportivo, y sentencia: eso es una mercerada.Y lo es. Porque de esa cabeza que empezó por platear las sienes y derivó en cumbre permanentemente nevada ha salido buena parte de lo más genial que en televisión se ha creado.

Porque Antonio Mercero es uno y trino. Capaz de subyugar a la audiencia con una obra asfixiante, obsesiva, conceptual quizás, como La cabina, en la España franquista, y hacer lo propio con Crónicas de un pueblo o Verano Azul, retablos o mosaicos sociales de aquella y de esta España, o firmar obras soberbias del cine como La hora de los valientes, entre otras.

Pero por encima del Mercero polivalente y evolucionario está el Mercero provocador y revolucionario. Es decir, el buscador, el inconformista permanente.

De unos años para aquí, la comedia española se rebeló contra su madre (la comedia americana) y España pudo ver que los personajes de la tele habían dejado de vivir en casas alquiladas con porche y multitud de habitaciones (ya fueran abogados, publicistas o apatrulladores de la ciudad, mejor pagados que Torrente) para convertirse en propietarios de pisos pequeños o arrendatarios de apartamentos más pequeños. El chalé ha quedado reservado para el médico de familia de la Seguridad Social o el incorregible Arturo Fernández, nobleza obliga.

Mercero contribuyó a esa regeneración literal de la comedia televisiva con las dos series de más éxito que la televisión española ha dado: Verano azul (la más vista y una de las más repuestas) y Farmacia de guardia, de la que recientemente han adquirido sus derechos en China. Pero hubo más desde la primigenia Crónicas de un pueblo, hasta la última Ala...Dina, pasando por Turno de oficio, ese mano a mano entre dos grandes actores: Juan Luis Galiardo y Juan Echanove.

Ahora, cuando la regeneración ha sucumbido a la invasión de calidades muy dudosas y el seguidismo del prime time (de jugar a médicos hemos pasado a jugar a policías y ladrones), Antonio Mercero ha vuelto a sus origenes.

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No es que se borre, sino que recupera su carpeta de proyectos, se arrasca la cabeza y se inventa La habitación blanca, un suspense a contracorriente, una introspeccióin en la vida cotidiana -es decir, en la televisión-, comprimida en un total de una hora menos cinco minutos.

Será que la situación de la Real Sociedad, su otro amor desde la distancia, le ha hecho más introspectivo. El fútbol, ya se sabe, es la gran pasión cotidana que se renueva semanalmente, con los naturales cambios de humor, pero no de amor.

El baúl de los ingenios

Mercero ha renovado fielmente su pasión realista, antes y después de ubicarse en Madrid. Lo reconoce abiertamente: cuando la Real pierde, duerme mal. Es decir, la presente temporada, hasta fechas muy recientes, Mercero ha dormido poco y mal, entre el domingo y el lunes. Quizá La habitación blanca se haya beneficiado de esos insomnios. Lo cierto es que su estreno en televisión coincide con la recuperación del equipo donostiarra, otra suerte de magia, otro suspense.

La televisión como protagonista de la vida cotidiana de la gente. ¿No se decía antes que el fútbol era el opio del pueblo? ¿Y qué es la televisión sino futbol? ¿Y que es el fútbol sino televisión?

En fin, que aquel realizador guipuzcoano lleno de ideas que aterrizó en Madrid hace ya muchos años no ha perdido un ápice de energía, ni ha mermado su baúl de merceradas, esos ingenios que combinan la idea, la reflexión, el manejo técnico del medio y el espíritu juvenil de los excesos.

Antonio Mercero ha vuelto, aunque siempre estuviera ahí, dejando incluso un hueco para las labores del otro lado, como presidente de la Academia de la Televisión, que entregó la semana pasada sus primeros oscar del medio. Mercero bajó de las alturas en una inmensa cabina roja. No era para menos: inventó una parte de la televisión y no renuncia a la otra.

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