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El Partido Comunista de Francia rompe con su pasado leninista

Mientras la clase política francesa jugaba a las quinielas, deshaciendo y recomponiendo futuros Gabinetes del primer ministro Lionel Jospin, el Partido Comunista de Francia (PCF) abría ayer el congreso que debe suponer la ruptura organizativa e ideológica definitiva con su pasado leninista y la búsqueda de un espacio propio situado a la izquierda de la socialdemocracia.

La remodelación próxima del Gobierno de la izquierda plural se da por supuesta aunque, por lo visto, tampoco Jospin quiere avalar la impresión de que está siendo arrastrado por las circunstancias, por la presión social que los funcionarios de Hacienda y los profesores han desatado en las últimas semanas.Lo que está por ver es si el jefe de Ejecutivo opta por sustituir de forma inmediata a sus ministros más desacreditados, Claude Allègre y Christian Sautter, titulares de Educación y Hacienda, respectivamente, o si aplaza su decisión con vistas a una remodelación más amplia sobre la que sustentar la idea de una "segunda etapa".

El Gobierno de la izquierda plural ha quedado atrapado en la contradicción misma de sus movimientos. Al echar marcha atrás en las reformas emprendidas, ha desactivado parcialmente la dinámica movilizadora que amenazaba con extenderse en el cuerpo social de su electorado, pero con ello ha dejado empeñada buena parte de su credibilidad. Empantanado en las arenas movedizas del inmovilismo y de la impotencia, Jospin ha encontrado la salida argumental en la idea de que las reformas no han sido suficientemente explicadas, comprendidas, negociadas.

Recurrente o no, la versión jospiniana de la crisis, que está siendo sostenida formalmente por los partidos de la coalición gubernamental, implica el sacrificio político de los ministros implicados. Sautter y Allègre van a pagar, sin duda, los platos rotos. El primero, ya ha puesto su cargo a disposición del primer ministro. El segundo concentra la iras del profesorado, que hoy volverá a la carga con una nueva jornada de paro y movilizaciones.

Precisamente, en la necesidad de acreditar la existencia de un espacio propio, a medio camino entre la socialdemocracia y el comunismo clásico, el 30º Congreso del PCF, iniciado ayer tarde en Martigues, cerca de Marsella, se dispone a subrayar su perfil como catalizador de los movimientos sociales. Frente a la vieja guardia del partido considerado hasta hace unos años como el más estalinista de los comunistas europeos, la actual dirección reformadora del PCF se siente obligada a demostrar que se puede estar con un pie en la calle y el otro en el Gobierno.

Las ponencias de la mayoría reformadora no ven contradicción alguna, sino todo lo contrario, en el mantenimiento de la alianza gubernamental con los socialistas -elevada ahora a la categoría de estrategia- y el fortalecimiento simultáneo de las luchas sociales.

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Aunque el partido no abandonará el nombre de comunista, las ponencias respaldadas por la dirección entierran definitivamente ese modelo y admiten como algo positivo la existencia del "sistema privado", además de aceptar la "apertura de capital en las empresas públicas". Lejos de proponer la eliminación de la economía de mercado, los comunistas franceses buscan reorientarla en aras de una mayor justicia social.

Las cuestiones que han pivotado sobre la militancia a lo largo de los meses de discusión precongresual son si hay que "abolir" o "superar" el capitalismo, si hay que cambiar "de" sociedad o cambiar "la" sociedad, y, por encima de todo, "qué sentido tiene hoy llamarse comunista".

Pese a las resistencias internas, el congreso en el que, según el secretario general Robert Hue, el PCF iniciará "una evolución revolucionaria" para inagurar "un comunismo de la modernidad", aprobará una crítica frontal y destemplada contra el modelo soviético y con la pasada trayectoria del partido. Por primera vez desde su fundación, en 1920, el PCF no ha invitado a sus camaradas rusos.

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