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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Todo por hacer

Todos los dirigentes socialistas que intervinieron ayer en la reunión extraordinaria del comité federal coincidieron en la necesidad de buscar la vía más rápida para resolver su crisis interna. A partir de ese punto comenzaron las discrepancias. Una mayoría cercana al 75% terminó inclinándose por la celebración de un congreso ordinario en el mes de julio que permita un debate político en profundidad y elija una nueva dirección para un periodo de tres a cuatro años. A favor del congreso extraordinario -que podría celebrarse en mayo y del que saldría un equipo directivo con mandato de sólo un año- se pronunciaron los guerristas y un dirigente tan alejado de ellos como Carlos Solchaga, lo que indica que sería artificioso atribuir motivaciones ideológicas de fondo a este tipo de discrepancias. La salida acordada es la que propuso Joaquín Almunia al presentar su dimisión como secretario general. Ayer se despidió del cargo con un discurso autocrítico, en el que se atribuyó toda la responsabilidad en el fracaso del 12-M, cuya entidad no trató de disimular. Sus errores esenciales habrían sido seguir como secretario general tras perder las primarias y aceptar el papel de candidato tras la dimisión de Borrell. Hoy parece evidente que no fueron decisiones acertadas, pero en ambos casos las alternativas planteaban problemas específicos. El propio Borrell prefirió la bicefalia a la convocatoria de un congreso. Y tras la dimisión del candidato, y a las puertas de las elecciones, todas las opciones eran igual de malas. La candidatura de Almunia era simplemente la menos conflictiva. Ambas decisiones fueron a su vez el corolario de la improvisación a que obligó la salida por sorpresa de Felipe González. Almunia subrayó ayer que ha sido secretario general con todas las consecuencias, negando veracidad a la imagen de su antecesor como verdadero centro de poder en la sombra. Aunque sea como dice, la persistencia de esa imagen indica que algo ha fallado. Una vez que decidió irse, el propio González debió evitar situaciones que indujeran a la confusión. Es una enseñanza para el futuro. Almunia también atribuyó influencia en la derrota a la impresión que transmitió el PSOE de estar más preocupado por sus problemas internos que por los de los ciudadanos. Algunas actitudes personalistas de varios dirigentes en estos días más bien confirman esa impresión. Pero es posible que todo ello haya sido favorecido por la forma elegida por Almunia para irse. El riesgo de vacío de poder visible estos días quizá pudo haberse evitado con alguna fórmula que permitiera a los dimitidos permanecer en funciones hasta el congreso o como mínimo hasta la elección de una gestora provisional. La elegida ayer -con Chaves como único miembro de la anterior dirección- tendrá como principal tarea organizar el 35º congreso. Ayer se trataba de poner orden y evitar el vacío de poder. Ya sólo les falta el resto: esto es, todo.

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