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Tribuna
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Mala noticia miserable

Hace unos días, la sección de Deportes de este diario traía una de las noticias más miserables que he leído en mucho tiempo, de entre las que atañen a nuestro mundo llamado occidental, en el que al menos no hay lapidaciones de adúlteras ni escabechinas de pueblos enteros a machetazos. Era, al mismo tiempo, una noticia muy significativa o sintomática del puritanismo solapado que cada vez más se introduce en nuestras sociedades y que, a falta de sus antiguas e indisimuladas medidas punitivas, religiosas o civiles, ha encontrado en la medicina -o más bien en los servicios médicos- un sustitutivo tanto o más disuasorio que las viejas amenazas infernales y las condenas judiciales. Que la noticia procediera del Reino Unido, lejos de tranquilizarnos, debería inquietarnos, ya que no hay "innovación" o "argumentación" anglosajona que no acabemos por adoptar en los imitativos países meridionales, desde hace tiempo.Era sobre el ex-futbolista irlandés del Manchester United George Best, un ídolo de los años sesenta que se retiró prematuramente, con tan sólo 26 años, a causa de la vida alocada o disoluta, según prefieran, que llevó desde muy joven, y que se hacía difícilmente compatible con la alta competición y con la disciplina de entrenamientos y concentraciones. Ahora, a los 53 años, ha sido ingresado de urgencia con el hígado hecho papilla. Los médicos le prevén poco futuro si no deja de beber de inmediato, y en todo caso le aconsejan un trasplante de hígado sin más tardanza. Al parecer es, sin embargo, un consejo superfluo si no sádico, ya que el National Health System o Sistema Nacional de Salud "rechaza este tipo de operaciones en casi todos los pacientes que han provocado su propia enfermedad, como es el caso de Best, bebedor en exceso durante los últimos treinta años". No importa que a aquel grandioso extremo izquierdo lo atienda una clínica privada, pues todos los órganos para trasplantes, dada su escasez, son administrados y distribuidos por el NHS, que decide a qué enfermos deben ir a parar y a cuáles no. La mujer de Best ha declarado resignadamente: "Cuando alguien ha destruido su propio hígado, los médicos no son favorables a darle uno nuevo". Llama la atención el tono de mera constatación pasiva, como si no hubiera más que acatar y aguantarse ante una discriminación semejante. George Best es aún famoso, pero como el suyo habrá millares de casos. También hemos leído, en otras ocasiones, cómo los fumadores norteamericanos y británicos, si tienen suerte, son enviados al final de la cola cuando necesitan asistencia médica social o estatal para sus pulmones o corazones. La idea, subyacente o desvergonzadamente expresa, es la siguiente: "No vamos a apresurarnos a salvar la vida de quien la ha puesto en riesgo durante años".

Ignoro los exactos términos del juramento hipocrático, pero dudo mucho que jamás estableciera reservas o prioridades según la causa u origen de la enfermedad del paciente. Y no creo que un honrado médico tradicional se haya negado nunca a prestar ayuda a quien la precisara en función de la más o menos respetable "biografía" de su mal, menos aún según la vida virtuosa o viciosa que hubiera llevado el enfermo, del mismo o parecido modo que los sacerdotes tradicionales no limitaban su auxilio espiritual a los bondadosos (o eso tenían a gala, los católicos al menos), ni se lo negaban a los malvados, a los pecadores, a los descarriados. Las iglesias, incluso, amparaban y daban cobijo a los perseguidos, sin preguntarles siquiera si es que habían asesinado a alguien y merecían por tanto su persecución.

Es comprensible y sensato que, ante la escasez de un medicamento o de determinados órganos para trasplantes, se establezca alguna clase de prioridad; y seguramente parecería razonable a cualquiera que antes se intentara salvar la vida de un niño, que la tendría entera por delante, que la de un anciano que ya habría jugado en ella casi todas sus cartas; también que no se privilegiase a un rico respecto a un pobre, ni a un blanco respecto a un negro, ni a un protestante respecto a un musulmán, ni a un hombre respecto a una mujer, sólo por ser ricos, blancos, protestantes o varones. Pero lo que resulta inadmisible es que sean preteridos o postergados quienes, por utilizar sin ambages las fórmulas que de hecho sostienen y dictan esta discriminación, "se lo han buscado", o "se lo tienen bien empleado", o "así escarmentarán", o -aún peor- "así servirán de ejemplo". Es inaceptable que en sociedades laicas y en teoría libres se castigue a posteriori, médicamente, el uso que los individuos hayan hecho de su libertad, aplicándoles, para mayor mezquinad, una "moral" trasnochada y que en modo alguno es compartida por el conjunto de esas sociedades, tan pragmáticas, por otra parte, que incluso podría aducirse sin demasiado sonrojo que el bebedor y el fumador se han hecho tanto o más acreedores a la asistencia de la Sanidad Pública en virtud de los muchísimos más impuestos indirectos pagados al Estado con sus vicios, respecto al abstemio y al que nunca se ha colgado un pitillo entre los labios.

Pero la noticia en cuestión ni siquiera hablaba de prioridades, sino de negativas: el National Health System, recuerden, "rechaza este tipo de operaciones...", "los médicos no son favorables a dar un hígado nuevo...". Además de la impertinente e implícita amonestación "moral", hay en estos criterios un elemento grave de incoherencia. El deliberado perjuicio que se causa a George Best y a quienes le hayan dado a la frasca con tanto júbilo como él es, para empezar, una contradicción flagrante con las paternalistas medidas que en casi todas partes se toman para curar a los drogadictos de su dependencia. Que si "narcosalas", que si metadona gratis, que si jeringuillas nuevas para evitar contagios... Me parece todo estupendo -líbreme el cielo de tener nada en contra-, pero tanto miramiento y proteccionismo se compadecen mal con el acoso y posterior castigo a borrachos y fumadores, y aun peor cuando algunos países intentan, al mismo tiempo, elevar el alcohol y el tabaco a la categoría de "drogas", y prohibirlos en consecuencia. Otra contradicción sería la por fortuna gran comprensividad desarrollada en nuestras sociedades -no sin esfuerzo- hacia los enfermos de sida, a los que ya no se culpa de su mal, por suerte -no al menos oficialmente-, ni se echa en cara su promiscua vida sexual pasada ni su afición a la heroína, por mencionar dos orígenes frecuentes de esa enfermedad. Y una tercera contradicción, aún más sangrante, sería ésta: mientras se impide morir a quien, desahuciado y con padecimientos, implora para sí la eutanasia, se condena a morir, o casi, aPasa a la página siguiente.

Viene de la página anterior

quienes, como George Best, sí desean vivir. ¿Acaso porque seguirían bebiendo, y quien bebe no merece vivir?

Lo más inconsecuente de todo es, sin embargo -y también lo más hipócrita-, que a George Best y a sus semejantes se les deniegue un trasplante de hígado por borrachuzos, o la debida y urgente curación cardiovascular a un fumador empedernido, y no se niegue en cambio el auxilio a quien ha estado a punto de ahogarse en el mar o el río en los que nadie le mandó meterse; ni al alpinista que se perdió en las cumbres a las que se subió por su grado (en su caso se movilizan hasta helicópteros); ni al ciclista ni al automovilista cuando se estrellan en sus respectivas competiciones en las que nadie los obligó a tomar parte; ni por supuesto al individo atacado por su propio perro de presa que compró por su gusto; ni al paciente que regresó con terribles virus o amebas de su crucial viaje a la India, donde nada serio se le había perdido. No se niega asistencia dental al crío o al adulto que se pasan el día masticando caramelos y provocándose caries ellos solos; ni se abandona a su suerte a la mujer encinta si se le complica el embarazo que ella deseó más que nadie; ni al activista que recibió un pelotazo de goma en un ojo durante la manifestación que encabezó porque le pareció conveniente; ni al comilón que engulló hasta reventar sin que nadie lo indujera a ello con una pistola en la frente; ni a la adolescente anoréxica que se nos va muriendo sin que nadie le dijera nunca que adelgazara; ni desde luego deja de socorrerse nunca a los miles de conductores y pasajeros de coches accidentados que alegre e inconscientemente, o más bien a sabiendas de lo que hallarían en las carreteras, se lanzaron a recorrerlas un Domingo de Ramos o un primero de agosto...

La lista sería interminable. En todos estos casos, y en tantos otros, la Sanidad Pública podría "rechazar" dar asistencia médica. ¿Acaso no serían pacientes todos que, de una u otra manera, lenta o rápidamente, directa o indirectamente, habrían "provocado" sus propias enfermedades o accidentes? Dije al principio que la noticia relativa al un día glorioso George Best era miserable. Lo es. No veo ningún motivo para retirar ese adjetivo.

Javier Marías es escritor.

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