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Tribuna:LA CRISIS DEL PSOE
Tribuna
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¿DNI o NIF? PATXO UNZUETA

No es que hayan desaparecido las identidades ideológicas, sino que ya no son incondicionales, o al menos no tanto como antes. En España, tras la dictadura, la identificación en términos de derecha/izquierda se constituyó en buena medida como prolongación de la frontera franquismo/antifranquismo. Ello dio un añadido de legitimidad a la izquierda: nadie se proclamaba de derecha, ni siquiera los sectores conservadores democráticos. Había motivos objetivos para que ese equívoco se prolongase. Por ejemplo, el hecho de que el centro-derecha tardase 15 años en encontrar un líder que no hubiera estado directamente comprometido con el franquismo. A los antifranquistas españoles de los años 60 y 70 sorprendía ver que en Francia, por ejemplo, la derecha estuviera dirigida por antiguos resistentes antifascistas como De Gaulle o Chaban Delmas. Algo así parecia inconcebible en la España de la transición. Mayor Oreja, a quien ennoblecen los odios que suscita, opinaba uno de estos días, por la radio, que las urnas habían producido en todas las convocatorias, desde 1977, resultados que el tiempo había revelado como los más convenientes para cada momento histórico. Era mejor que un partido como el de Suárez -con reformistas procedentes del franquismo y de la oposición- hubiese ganado con mayoría suficiente por dos veces antes de que lo hiciera el PSOE. Y si este partido ya habría merecido perder en 1993, el PP no estaba todavía preparado para gobernar; incluso fue una suerte que tuviera que hacerlo con apoyos exteriores antes de alcanzar la mayoría.

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El caso es que ese plus de legitimidad del que se benefició el PSOE ha desaparecido. La corrupción no evitada y la guerra sucia no sólo destiñeron sus blasones sino que permitieron al PP presentarse tras la bandera de la regeneración democrática, lo que equilibraba las posibilidades, abriendo paso a unas elecciones otra vez competidas. Votar a la derecha dejó de ser algo que se ocultaba en las encuestas (al revés: fue el voto socialista el que se hizo vergonzante, y de ahí los fallos en los sondeos de 1993 y 1996). Ello equivale a decir que en el voto cobraban peso factores diferentes al de la identificación ideológica. Ésta no desaparece, pero se hace más volátil y condicionada: no está dada de una vez por todas. Incluso es posible, como parece haber pasado ahora en Euskadi, que personas que siguen considerándose de izquierda voten al partido de la derecha por considerarle más eficaz en la resistencia frente a ETA y los abusos nacionalistas.

Esa condicionalidad es más visible en el caso de los jóvenes. Hay motivos sociales que podrían explicarlo. John Gray es un catedrático de Pensamiento Europeo de la London School. Tras haber simpatizado con el thatcherismo, viró hace algunos años hacia la tercera vía laborista. En una charla celebrada en Madrid en noviembre pasado, llamó la atención sobre un aspecto insuficientemente valorado del impacto de las nuevas tecnologías en el ámbito laboral: la desaparición de la carrera profesional. Los trabajadores de mañana, como empiezan a comprobar ya los jóvenes, no sólo cambiarán muchas veces de trabajo dentro de su ámbito profesional, sino de profesión a lo largo de su vida laboral; de acuerdo con necesidades cambiantes del mercado, condicionadas a su vez por la rapidez del cambio técnico.

Parece lógico pensar que una generación que ha conocido el paro de los ochenta y el empleo temporal en los 90, y que ignora por dónde pueda ir su ocupación en el futuro, se plantee su relación con la política de manera más relativista que la de sus padres; no hay proyecto ideológico con el que identificarse si no hay futuro personal identificable. Como cantan los de Nacha Pop, "no le tengas miedo al futuro/ese monstruo no vendrá".

Su inclinación política, y su voto, será variable, como ya ocurre en Francia, por ejemplo. De ahí que para recuperar el apoyo perdido los socialistas necesiten algo más que apelaciones a la lealtad ideológica. Pero harían mal los de Aznar en confiarse. A mediados de los 60, el profesor Aranguren publicó un ensayo titulado "La juventud europea" en el que llamaba la atención sobre la despolitización y moral utilitarista de las nuevas generaciones. Poco después estallaba mayo del 68.

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