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Paisaje después de la derrota

Escribo estas líneas, intencionadamente, a la misma hora en que comienza el comité federal del PSOE que debe dedicarse a solucionar un problema artificial y sobrevenido a los muchos y profundos que aquejan a los socialistas españoles.En efecto, soy de los que desde el primer momento calificamos la decisión de Almunia de dimitir la misma noche electoral como algo precipitado, irreflexivo y, por decirlo suavemente, personalmente escapista. El fácil aplauso mediático que logró automáticamente en todos los editoriales y columnistas no creo que compense haber desencadenado una crisis superior a la que debía haberse producido y, sobre todo, el haber transmitido no la real imagen de una derrota contundente, pero que con casi ocho millones de votos es bastante mejor situación política que la inicial de Aznar en su momento, sino la de un aparente fracaso sin paliativos, la de un desastre absoluto y cósmico, irreversible durante lustros.

A mi juicio, siempre sujeto a criterios mejor fundados que mi parcial, subjetivo y básicamente introspectivo análisis, Almunia debió limitarse a reconocer la indiscutible derrota electoral, de las que AP y el PP tuvieron que encajar unas cuantas buenas dosis en noches similares. Y tras haber felicitado -como lo hizo- a Aznar por su inapelable victoria en las urnas, haber anunciado que en breve haría públicas sus decisiones al respecto, sugiriendo en todo caso su posible retirada de la política, e irse a dormir. Dejando un plazo de 24 o 48 horas para, analizados con rigor los resultados, las transferencias de votos, la recepción de voto nuevo y cuantos factores fuesen significativos, habiendo situado así la derrota en sus justos límites, convocar el congreso del PSOE, anunciando su decisión de no presentarse a la reelección y de conducir el proceso precongresual con la más escrupulosa neutralidad y, y metidos ya en catarsis y puestos a ejemplificar la vida política, yo personalmente hubiera aplaudido su hipotética decisión de renunciar al escaño tras el congreso y volver a su vida profesional. Encuentro poco sentido a negarse a dirigir una orquesta que fracasa para volver a sentarse en ella con cualquier instrumento en la mano.

Todo ello bajo el supuesto de que la retirada de Almunia, por su vinculación al felipismo, tan noble y angelicalmente denostado por Borrell, parece estar indicada ahora. Porque en este proceso iterativo de candidatos fungibles en cada convocatoria electoral algún límite razonable de confianza y esperanza habrá que conceder si es que se quiere de verdad consolidar cualquier liderazgo. Pero volviendo al supuesto contrafactual que estoy describiendo, Manolo Chaves debería estar celebrando su nuevo triunfo en Andalucía y dedicándose a lo suyo y a no chapotear en el fango de los demonios familiares desatados. El comité federal estaría ahora analizando, con el detenimiento que merece, el calado, las causas y responsabilidades del fiasco electoral y, como mi optimismo es incurable, incluso hoy mismo podrían empezar a generarse noticias en clave positiva y externa, o sea pensando en los millones de votantes que, todavía, nos han mantenido, o dado por primera vez -que los hay y muchos- su confianza. Cantando, pues, la necesaria palinodia, formulando propósitos de enmienda y dejando bien claro que nuestra voluntad es acudir de nuevo dentro de cuatro años a las urnas, con coraje y a por todas, con un programa claro, realista, sin arcaismos fiscales, ilusionante, con un liderazgo sólidamente establecido y con un partido cohesionado, con toda la democracia interna que sea precisa y menester, pero que deje de mirarse el ombligo como ocupación primordial y preferente. Un partido en el que las inevitables tensiones se encaucen por la vía del debate ideológico y de las diferencias programáticas, no en virtud de fidelidades perrunas ni de odios cainitas.

En el que, por ejemplo, discutamos -como una gran parte de la izquierda europea- sobre la pertinencia o no de la llamada tasa Tobin, un impuesto a implantar sobre los movimientos de capitales destinado a financiar la ayuda al desarrollo bajo el control de la ONU. O en el que, sin euroescepticismo alguno, se plantee la conveniencia de recuperar para la Política (con mayúscula) europea las competencias en política monetaria entregadas a los burócratas del Banco Central Europeo, que algunos quisiéramos más parecido a la Reserva Federal americana, de la misma forma que nos gusta más Greespan que Duisenberg. En el que sigamos explicando, persuadiendo como gustaba decir Keynes, a la ciudadanía que la irresponsabilidad del gobierno popular respecto al control de la inflación nos va a costar muy cara en cuanto a producción y a empleo, porque luego intentarán justificarse diciendo que son crisis asimétricas e inevitables. Que no han muerto ni la historia ni los ciclos económicos y que la subida de los tipos de interés en los EE UU con subida simultánea del índice Down-Jones no augura nada bueno, mientras andamos todos adormecidos por las nanas globalizadoras que, curiosamente, nunca hablan de progreso global. De la misma forma que tenemos que seguir insistiendo en la indeclinable responsabilidad pública sobre la regulación de los mercados y la defensa de la competencia, porque el votante, como agudamente lo ha calificado Ramoneda, no es simplemente el ciudadano Nif, que nuestra vertiente como consumidores es ya fiscalmente más importante que como contribuyentes directos y que, por tanto, la férrea defensa del consumidor debe ser un eje de cualquier política progresista tanto por motivos de eficiencia como de equidad. Y que nuestros votantes y simpatizantes pueden y deben completar, ampliar y modificar todas esta prioridades que aquí apunto a vuela pluma, con un inevitable sesgo profesional y sin pretensiones exhaustivas. Simplemente como recordatorio de que hay algunas, bastantes más cosas que hacer que primarias o secundarias, que elegir a tal o cual secretario local o comarcal o que querer dar morcilla malagueña a nuestro adversario de turno, del cual, en la mayor parte de los casos, ya no sabemos si pecaron sus padres o él.

Tengo para mí, además, que una gran parte del canibalismo tribal imperante, incomprensible e inaceptable para la ciudadanía como bien acabamos de ver, se vería muy mermado si tanto los que ocupan un cargo público como los que, legítimamente, aspiran a él supiesen con certeza inequívoca que a partir de ahora, en el PSOE, ya sea para repetir en un puesto o para acceder por primera vez al mismo, se van a someter -dentro de las necesarias discriminaciones positivas y de los procesos de selección internos- a los revolucionarios principios de méritos y capacidad para el mismo, que sobre todo en quienes ya los ocupan son fácil y objetivamente evaluables, ya sea por su gestión o por su labor en la oposición y que, por tanto, la incompetencia o la gandulería no pueden ocultarse en el permanente ruido de la bronca interna, porque las cuotas quedan exclusivamente circunscritas a los ámbitos en que son justas, necesarias y convenientes: las mujeres y la juventud.

En fin, de ilusión, ya lo decía mi abuela, también se vive. Pero sólo con ilusión, e ideas, construiremos el futuro.

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Segundo Bru es senador socialista por Valencia.

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