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Entrevista:MISCHA MAISKYVIOLONCHELISTA

"Es un error que el virtuosismo sea más importante que la música"

Si la música fuera la religión del violonchelista letón Mischa Maisky, las seis suites de Bach serían su Biblia, según sus propias palabras. Su libro sagrado, su amada colección de partituras de las obras de Bach para violonchelo, le acompañará este año a lo largo de una gira de 80 conciertos por todo el mundo en conmemoración del 250º aniversario de la muerte del compositor alemán. Ayer y hoy tocará en la Sociedad Filarmónica de Bilbao con el mismo violonchelo del siglo XVIII que le regaló un admirador en 1973, tras su debú en los Estados Unidos. "No hay un año Bach", decía ayer bromeando con la efeméride. "Cada año lo es, igual que es de Schubert o de Beethoven". Maisky empezó hace más de 40 años a tocar la música escrita por Bach para violonchelo en su país natal, cuando Letonia pertenecía a la URSS. Cuando a finales de los setenta empezó su segunda vida, el eufemismo con el que se refiere a su traslado definitivo a Occidente, la interpretación de las suites, que ya ha grabado en dos ocasiones, fue cada vez más frecuente.

"No es cierto que sea una música muy sofisticada, difícil para una audiencia general", aseguró ayer Maisky. "Es muy humana; como decía Pau Casals, expresa todos los sentimientos del ser humano". Para demostrarlo recordó que Bach, lejos de ser el profesor severo que algunos pretenden, tuvo 20 hijos y disfrutaba del vino y la comida. "Desde un punto de vista intelectual es una música complicada, pero el intérprete debe descubrir y trasladar a su audiencia las emociones, sentir desde dentro la belleza de la música".

Maisky, de 52 años, parecía ayer un zíngaro, vestido con una camisa negra de tela brillante que dejaba entrever un aparatoso collar. En su melena de rizos ya abundan las canas, pero él aseguró que se siente cada vez más joven. Acaba de volver a grabar para la Deutsche Grammophon las seis Suites para violonchelo, de Bach, 15 años después de hacerlo por vez primera con el mismo sello discográfico.

Decidió enfrentarse de nuevo a Bach al oír su primer disco en unos altavoces último modelo. "Al escucharlo me sentí diferente. Era como una caricatura de lo que había tocado. No pude dormir en toda la noche pensando en que la grabación no respondía a mi forma actual de interpretar". ¿Diferencias entre las dos grabaciones? "En la madurez, me siento más joven. Si sigo evolucionando así en 10 o 15 años tocaré como un niño", aventuró. Maisky defendió el resultado conseguido en la grabación más reciente, pero dudó de que sea su trabajo definitivo de las suites. "En unos años cambiaré, evolucionará mi forma de tocar. Quizá el próximo año cuando acabe la gira grabe un vídeo".

A la llegada al mercado de su nueva grabación de las suites ha seguido, en sólo tres meses, la publicación de Meditación, un disco que reúne 18 piezas, en su mayoría arreglos de composiciones escritas originalmente para otros instrumentos. Con este ejercicio de ductilidad, Maisky intenta acercarse a un público más amplio que el que sigue sus versiones de Bach. "Mi objetivo es extender la música al mayor número de personas. No quiero ser elitista", subrayó. "Creo que mucha gente sin educación musical pero con sensibilidad puede llegar a disfrutar de la música clásica. Desafortunadamente, a menudo tiene una imagen demasiado conservadora, que aleja a los jóvenes".

Así, en Meditación se suceden la Nana, de Falla; la canción popular catalana El cant dels ocells; Minueto, de Boccherini y el Ave María, de Schubert, entre otras piezas de repertorio para todos los públicos.

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Maisky puede presumir de ser el único violonchelista que ha sido alumno de dos intérpretes lengendarios, Piatogorsky y Rostropovich, a quienes considera como sus segundos padres. "He sido el violonchelista más afortunado del mundo por haber podido aprender de los dos", dijo ayer recordando la estrecha relación que le une a sus maestros. "El mensaje fundamental que me transmitieron es que lo importante no es la relación entre el instrumento y el intérprete, sino la música en sí misma".

En el nivel más alto, bajo la presión de la competitividad, cree el violonchelista, los músicos dan más importancia, inconscientemente, a la forma de tocar que a la belleza que transmite la partitura. "Es un error que el vituosismo sea más importante que la música", afirmó sin concesiones. "La relación con el instrumento es secundaria, lo prioritario es expresar la música".

Maisky no se siente tentado por seguir la cadena de la docencia. "Puedo dar más tocando que enseñando", explicó. "Otros violonchelistas lo hacen mejor. Quizá en el futuro".

En su escala de valoración, hay muchos músicos buenos, capaces de reproducir un sonido de calidad; menos intérpretes pueden subir al escalón en el que, además, se transmiten ideas. "Hay un tercer paso, que se suma a los otros dos. En él están los músicos que establecen una conexión emocional, de corazón a corazón, con su público. Ésa es la diferencia entre los buenos músicos y los artistas". Él se siente en el tercer nivel. "Es una satisfacción increíble conseguir que la gente reciba esas emociones. Cuando uno hace feliz a los demás, lo es 10 veces más".

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