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Tribuna
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Un humanista

Cuando yo lo conocí, Jaime García Añoveros militaba en la Unión Social Demócrata, uno de los partidos fundados por Dionisio Ridruejo, con el que yo también había compartido algunas precedentes actividades franquistas. Eso ocurría, si mal no recuerdo, a principios de los setenta, pero cuando más tarde lo traté fue años después, a partir de un gratísimo encuentro promovido por Juan García Hortelano, fiel amigo suyo también. Andando el tiempo, siempre que me encontraba con Añoveros, que solía ser en Sevilla, me hablaba de Hortelano. Cada uno de ellos procedía de un sitio distinto, pero se habían encontrado en el mismo lugar del decoro. También disponían los dos de un idéntico sentido del humor para desautorizar cortésmente a los majaderos, y de una muy parecida inteligencia para sacarle punta a la historia que ellos mismos estaban protagonizando. El otro día contó Juan Cruz algo de todo eso en este periódico.Para mí, como para tantos, García Añoveros fue -es- una referencia irrebatible cuando se habla de los verdaderos defensores de la libertad, esa manera de vivir que coincide justamente con la figura del demócrata auténtico. Lo que suele llamarse dignidad humana se identificaba en este caso con una extraordinaria limpieza ideológica. Ahora, cuando tan manoseado y distorsionado está el concepto político de centro, habría que esgrimir el modelo de esta persona sabia y coherente para desmentir a quienes alardean sin motivo de ocupar esa posición. Por encima de credos y banderías, quedará siempre el ejemplo de un hombre que asoció la tolerancia y la decencia a la suprema naturalidad de ser siempre fiel a sí mismo.

García Añoveros fue, sin duda, un humanista. Su actividad como expertos en asuntos fiscales y económicos, se simultaneó con otras diversas preocupaciones intelectuales. Sin duda que su pasión por la vida generó su fervor cultural. Lo que no sé es de dónde sacaba tiempo para trabajar tanto y para estar al corriente de todo lo que se publicaba, no sólo en el ámbito de la literatura. Disponía además de un agudo sentido crítico para distinguir entre lo indispensable y lo prescindible. Cuando me sentaban junto a él en ciertos actos protocolarios de la Junta, siempre me susurraba algún comentario irónico sobre un libro de cuya aireada calidad descreía o sobre las últimas nuevas dentro de la cultura ecológica de Doñana.

Añoveros se convirtió realmente en uno de esos contados paradigmas de profesores que, tras enseñar unos años en Sevilla, acaban covirtiéndose en sevillanos de tiempo completo. Y no porque estuviera políticamente alineado con otros andaluces eminentes o porque un día fuese diputado por Sevilla, sino por su actitud personal, por su integración vehemente en una sociedad que acabó respetándolo tanto como él la respetaba. Incluso aunque esa sociedad no se adecuara a veces a lagunas sensibles normas suyas de conducta. Tengo entendido que hasta se había afiliado a la hermandad rociera de Triana, con lo que se demuestra una vez más su interés por todo lo divino y lo humano. Hasta en eso daba lecciones Jaime García Añoveros.

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