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20 años de una victoria por sorpresa

Enric Company

Con sus 70 años a punto de cumplir en junio, Jordi Pujol es el más veterano de todos los políticos catalanes con mando. Su biografía política se remonta a mucho antes que la celebración de las primeras elecciones para la Generalitat, las del 20 de marzo de 1980, de las que hoy se cumplen 20 años. Pero su victoria de aquel día fue el momento fundacional del pujolismo.El 20 de marzo de 1980 las urnas arrojaron un resultado inesperado, que pilló por sorpresa a casi todos los protagonistas. Convergència i Unió (CiU), que presentaba a Pujol como candidato a la presidencia de la Generalitat, quedó como primera fuerza, con el 27,7% de los votos, muy por delante del partido al que se había considerado como favorito, el socialista, que recibió solamente el 22,3% de los votos.

Pero Pujol, que iba a cumplir los 50 años y llevaba muchos años soñando con presidir el Gobierno catalán, logró en las semanas siguientes una segunda victoria, la correspondiente a la explotación de aquel éxito inicial. El aprovechamiento a su favor de la situación de ventaja relativa.

PASA A LA PÁGINA 4

Pujol ha tenido en los gobiernos de Madrid su mejor aliado frente a la oposición catalana

VIENE DE LA PÁGINA 1 Porque la victoria de CiU le deparó sólo 43 diputados, 12 menos de los que tiene ahora, una cifra muy alejada de la mayoría absoluta del Parlament, que se sitúa en 68 escaños. Y porque frente a ellos había una mayoría teórica de izquierdas, tanto en escaños como en votos, y mérito suyo es haber conseguido que no cuajara. Aunque no sólo suyo, por supuesto.

La mayoría alternativa a Pujol la hubieran podido formar los tres partidos que se reclamaban de la izquierda. Los socialistas del PSC habían conseguido el 22,3% de los votos y 33 diputados; los comunistas del PSUC habían logrado el 18,7% y 25 diputados, y Esquerra Republicana (ERC) había recibido el 8,9% de los sufragios y 14 diputados. Entre los tres sumaban 72 diputados, conseguidos con el 49,9% de los votos emitidos. Es decir, cuatro escaños más de los necesarios para formar una coalición de gobierno.

Pujol dio inmediatamente después de aquel 20 de marzo una prueba fehaciente de su capacidad de maniobra política al formar una coalición con tres socios aparentemente incompatibles hasta entonces: los nacionalistas de CiU encabezados por él; los centristas de Unión de Centro Democrático (CC-UCD), el partido de Adolfo Suárez formado por los reformistas del franquismo, y Esquerra Republicana, el partido de Francesc Macià y Lluís Companys, que había proclamado la República y gobernado la Generalitat en la década de 1930. Fue una coalición que no llegó a firmarse sobre papel alguno, pero que se mantuvo sin titubeos durante toda la legislatura, superando avatares de todo tipo.

Los nacionalistas y la derecha se lanzaron ya en la misma noche electoral a la explotación de los resultados como una victoria que inexcusablemente debía llevarles a formar gobierno. En paralelo, los socialistas y los demás partidos de izquierda asumieron la posición de derrotados sin posibilidad ni derecho alguno a gobernar, pese a que, en realidad, las urnas habían arrojado una mayoría de izquierdas.

Rechazo de la coalición

Consciente de la precariedad de la posición parlamentaria de CiU, Pujol ofreció inmediatamente, el 24 de marzo, formar una coalición con el PSC y Esquerra Republicana. Los socialistas la rechazaron en seguida. No se llegó a negociar. Los republicanos la aceptaron y, además, mantuvieron la negativa a cualquier acuerdo que integrara a los comunistas del PSUC. El PSC ni siquiera intentó atraerse a ERC.

Destruida así cualquiera de las posibles combinaciones de izquierda, a Pujol sólo le faltaba garantizarse el apoyo de UCD. Algo que, como se vio, iba a resultar bastante fácil. El Gobierno de Adolfo Suárez, en minoría en el Congreso de los Diputados, necesitaba el apoyo de CiU en el Parlamento español. Se inauguró entonces el intercambio de apoyos mutuos en los parlamentos de Madrid y Barcelona que Pujol iba a reeditar años después, a partir de 1989 con los gobiernos de Felipe González y a partir de 1996 con los de José María Aznar. Es la situación que ahora acaba de finalizar como consecuencia de la mayoría absoluta lograda por el Partido Popular (PP) en las elecciones legislativas del 12 de marzo. Lo exótico del caso era en 1980 el papel de Esquerra Republicana. Los socialistas se cansaron de afear luego al partido republicano que, habiendo una mayoría alternativa de izquierdas, se aviniera a formar mayoría parlamentaria con la derecha catalana heredera de la Lliga Regionalista de Cambó y con los apenas maquillados herederos del franquismo. Lo que ERC obtuvo a cambio de su apoyo a Pujol fue la presidencia del Parlament, que recayó en su líder, Heribert Barrera, y un rotundo castigo de sus votantes. En las siguientes elecciones quedó con el 4,4% de los votos y cinco diputados.

En el comportamiento de todos los partidos influyó notablemente en aquellos momentos la creación en Cataluña de un clima de guerra fría, la agitación del fantasma del comunismo por la derecha y, en particular, por la patronal catalana. Fomento del Trabajo Nacional y la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) lanzaron una intensa campaña publicitaria llamando a los empresarios a votar en contra de la formación de un gobierno marxista como el que se presumía que presidiría el candidato socialista, Joan Reventós. A esa campaña dedicaron no menos de 600 millones de pesetas, destinadas a financiar la publicidad y a los partidos no marxistas.

CiU participaba desde las recientes elecciones locales de 1979 en el gobierno municipal de Barcelona, junto con socialistas y comunistas, pero en plena campaña electoral Pujol anunció que, en el futuro, en ningún caso iba a participar en gobiernos en los que hubiera comunistas. Eso le permitió concentrar el 20 de marzo el voto útil de la derecha.

El partido socialista, en cambio, se había declarado dispuesto antes de las elecciones a formar gobierno con los comunistas del PSUC si se reeditaba en las elecciones autonómicas la mayoría de izquierda que había salido de las elecciones legislativas y municipales de 1977 y 1979. Eso no aumentó su atractivo entre el electorado moderado ni en el popular. La derrota del PSC fue fruto de la pérdida de 270.000 votos respecto a las elecciones legislativas. Este retroceso se dio principalmente entre la población trabajadora procedente de otros lugares de España, en el cinturón de Barcelona y de Tarragona.

Hándicap crónico

La defección del llamado en ocasiones voto PSOE iba a convertirse en un hándicap crónico para el PSC, que le impediría ganar a Pujol en las siguientes elecciones autonómicas. Su combinación con la concentración del voto de centro derecha en favor de CiU ha sido letal para las ambiciones del PSC en Cataluña.

En aquel momento casi nadie previó en el PSC que dejar en manos de un solo partido la responsabilidad de gobierno llevaba aparejado atribuirle también la facultad de modelar a su gusto nada menos que una nueva Administración pública, la de la Generalitat. En el partido socialista sólo se pronunciaron a favor de formar un gobierno de coalición con CiU algunos dirigentes: Josep Andreu i Abelló, un antiguo republicano; Francisco Ramos, un dirigente que procedía de la Federación Catalana del PSOE, e Isidre Molas, un profesor universitario procedente del izquierdismo.

Ellos fueron los únicos que se dieron cuenta de lo que se avecinaba si se dejaba a Pujol formar gobierno en solitario: la progresiva identificación de su persona y su partido con la institución que gobernaría. La consolidación de CiU como la gran fuerza del centro derecha y la combinación positiva de su doble condición de partido de gobierno en Cataluña y de fuerza influyente ante el Gobierno central.

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