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Identidades cambiantes

La presunción de que en este país existe una mayoría natural de izquierdas estaba basaba en tres hechos contrastados. Por un lado, siempre ha habido una mayoría de votos de izquierdas, exceptuando las elecciones de 1977 y 1979, en las que hubo un empate técnico. Por otro lado, se conocía que el electorado español se caracterizaba ideológicamente por ser un electorado de centro-izquierda. Tercero, se sabía que la ciudadanía se encontraba separada por una línea ideológica imaginaria definida por los dos partidos mayoritarios que resultaba infranqueable; de este modo se hacía casi impensable la posibilidad de que un antiguo elector del Partido Socialista (PSOE) pudiese acabar dando su voto al Partido Popular (PP). Sin embargo, estos análisis cometían una presunción básica que ha resultado errónea. Las identidades ideológicas no son inmutables, en realidad pueden cambiar respecto a su contenido e intensidad haciendo que esa línea divisoria entre la derecha y la izquierda no sea sólo franqueable, sino también movible. De este modo, la mayoría de izquierdas se ha perdido como consecuencia de dos procesos de cambio de duración y magnitud bien diferenciadas.El porcentaje de ciudadanos que cambia de voto entre elecciones había disminuido sustancialmente en los últimos años. Esta estabilización electoral se debía a que, después de transcurridas las elecciones fundacionales de 1977 y 1979, y tras el terremoto electoral de 1982, el electorado español había ido aumentando el grado de identidad con los partidos a los que ha estado votando y la ideología que representan. Esas identidades y simpatías habían surgido como consecuencia de la propia competición partidista, del discurso de los partidos, de la acción de gobierno de ambos, e incluso del carisma de algunos de sus líderes. Veinticinco años de democracia habían permitido al electorado desarrollar por estos diversos mecanismos ciertas identidades partidarias que, aunque débiles y, tal vez algo rudimentarias, habían servido para reforzar y dar contenido partidista a las identidades ideológicas.

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Pero junto a este proceso se ha ido generando otro paralelo de movimiento ideológico del electorado que se inicia en 1989. Desde esa fecha, el PP ha intentado, con éxito a la vista de los resultados, dar un contenido diferente al referente ideológico "derecha", suprimiendo o deliberadamente omitiendo sus contenidos morales y religiosos más reaccionarios y resaltando su imagen de partido neoliberal práctico y eficiente. Las políticas fiscal y de gasto, o, para ser más exacto, la imagen que los partidos y los medios de comunicación han proyectado sobre posiciones, hechos y logros al respecto, han hecho el resto. Al mismo tiempo, y como consecuencia de lo anterior, el PP, con la inestimable ayuda de los socialistas, ha ido conquistado el centro haciendo que la línea divisoria se fuese moviendo hacia la izquierda. Este proceso se venía manifestando desde 1991-93, continúa en 1993-96 y se consolida en la última legislatura. Este movimiento de mayor calado era el que reflejaban las encuestas preelectorales.

Ha existido, sin embargo, un efecto adicional en los últimos días consecuencia de lo ocurrido en la campaña. Las campañas sirven para movilizar a los propios electores, reforzar las identidades y simpatías existentes, y en mucha menor medida, para convencer. El procedimiento más efectivo para lograr estos objetivos consiste en señalar a los ciudadanos cuáles son los asuntos sobre los que preocuparse a la hora de decidir el voto más que en qué pensar sobre dichos asuntos. Este mecanismo será más efectivo para el partido en el Gobierno al disponer de un mayor tiempo y espacio en los medios de información que, con independencia de la manipulación informativa, le permitirá centrar los términos del debate político en los asuntos que le beneficien más electoralmente. De ahí que los partidos en el poder puedan ser reelegidos pese a la desventaja que supone que su libertad de "prometer", como hace la oposición, se encuentre condicionada por su ejercicio de poder pasado y presente.

Este aspecto ha sido esencial en la pasada campaña. El PP ha tenido más éxito y recursos en proyectar y manipular la mala imagen del pacto con IU, favorecido por la celeridad e improvisación del mismo. Además, el PSOE no ha contado con mucho espacio para contrarrestar "prometiendo", ya que su pasado y el continuismo de gran parte de sus líderes hacían de sus promesas un arma débil y poco creíble. Esto ha tenido dos consecuencias. El electorado socialista de "centro", el más susceptible a moverse al otro lado de la línea, ha votado al PP. Por otro lado, el electorado socialista de "izquierda" no ha sido movilizado a las urnas.

Mariano Torcal es profesor titular de Ciencia Política.

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