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Respeto

JUSTO NAVARRO

Echaré de menos los artículos que Jaime García Añoveros publicaba los jueves en este periódico. A García Añoveros sólo lo conocí en mi condición de lector y contribuyente, porque, además de escribir, García Añoveros fue ministro hace veinte años, uno de los creadores de la actual hacienda pública española. El jueves, en Barcelona, me enteré de que había muerto y descubrí la historia de un personaje nacido en Teruel, huérfano de padre y educado en Tafalla por su madre y un tío cura que le hablaba en latín, y luego estudiante en Valencia, doctor en Bolonia, profesor universitario en Madrid y catedrático en Sevilla.

Hay gente que parece vivir varias vidas en una, con aquella plenitud de los sabios del 1700 que igual escribían una constitución, un ensayo sobre los colores o una novela de amor desesperado, y, en tiempos de viajes en diligencia, aparecían en Londres, Madrid o Moscú mientras escribían 4.000 páginas. Entonces la aventura era esencialmente una cuestión mental o la inteligencia era una aventura. También del abogado, político, profesor y miembro de consejos de administración García Añoveros se sospecha que llegó a ser visto en varios sitios a la vez, pero yo me contentaría con oírlo discutir con Benet, otro desaparecido, compañero suyo a finales de los años sesenta en un grupúsculo antifranquista que se llamó PSAD (¿Partido Socialista de Acción Democrática?): Juan Benet, ese ingeniero-escritor fulminantemente desconocido, aborrecido o venerado, que cuenta entre sus obras pantanos en León y Galicia y novelas pantanosas como Una meditación o El aire de un crimen. :

Sus amigos recuerdan a García Añoveros conversador y polemista: no sabía uno por dónde iba a salirle en la discusión. Echaré de menos su artículo de los jueves, porque no era de esos de los que conoces la opinión antes de empezar a leer: X es magnífico, Y es funesto siempre, aunque es menos malo si coincide con X, y Z es el peor de todos, tibio en celebrar a X y aplastar a Y. Así se resume el álgebra de la cerrazón, muy aplicada en los colegios de 1965: hay un ruido imprevisto en el aula llena de sol, y Cobos, siempre Cobos, recibe inmediatamente una paliza. Ni siquiera estaba Cobos en clase, pero alguien había ocupado su sitio aquel día para ser inmediatamente abofeteado en lugar de Cobos.

Andy Warhol hizo una película llamada Empire (no figura en el ciclo que dedica a Warhol el Instituto de América de la granadina Santa Fe, quizá para no alterar el ritmo del mundo): durante ocho horas una cámara impertérrita enfoca el Empire State Building para que la paciencia de los heroicos espectadores reciba un premio: el cielo cambia, una luz se apaga en el rascacielos. Hay cabezas más fijas que la cámara de Warhol, pero el pensamiento es un río, como una buena conversación. García Añoveros escribía como quien mantiene una conversación consigo mismo, seguramente continuando la discusión con sus amigos. Escribir es pensar, no reproducir ideas hechas de antemano. Y ahora sé que García Añoveros escribía muy enfermo, muy dolorido, y, a pesar de que el dolor borra las ideas y la consideración hacia los otros, seguía razonando ante el lector, respetándolo siempre.

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