_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

LA NUEVA ECONOMÍA Estados Unidos frente a Europa GUILLERMO DE LA DEHESA

La llamada nueva economía no es otra cosa que el rápido desarrollo y aplicación de las nuevas tecnologías de la información, que está permitiendo el paso de una economía basada en la producción industrial de bienes a otra soportada por la provisión de servicios basados en el conocimiento, las ideas y en la información. Es decir, es un cambio desde una economía basada, fundamentalmente, en el uso del capital físico a otra erigida sobre la utilización del capital humano, desde una economía básicamente material a otra intangible. Es la revolución tecnológica que va a marcar el desarrollo del siglo XXI, al igual que la revolución industrial lo hizo en el siglo XIX.Los factores básicos de dicha nueva economía son, por un lado, un elevado nivel de educación, especialmente científico-técnica. Por otro, un rápido desarrollo de la informática y de las tecnologías de la comunicación. Además, unos mercados de capitales que incentiven la inversión en capital riesgo y, finalmente, un espíritu emprendedor en la sociedad en general.

¿Cómo se encuentra Europa situada frente a Estados Unidos en el desarrollo de esta nueva economía?

La percepción generalizada es que Europa se encuentra rezagada frente a Estados Unidos. Wim Duisenberg, presidente del Banco Central Europeo, dijo recientemente que no creía que la nueva economía hubiese llegado todavía a Europa y que, para que ello ocurriese, antes tendríamos que poner nuestra casa en orden. La idea de Duisenberg, como la de muchos otros europeos, es que la nueva economía no puede desarrollarse si antes no se han desregulado suficientemente los mercados de bienes, servicios, capitales y trabajo, introduciendo una mayor competencia, y no se han reestructurado las empresas privadas para tener menores costes, mayor flexibilidad de respuesta y una utilización más eficiente de la tecnología disponible. Como dice Lawrence Summers, el secretario del Tesoro americano, la nueva economía está construida sobre las viejas virtudes: ahorrar, invertir y dejar que las fuerzas del mercado funcionen.

Sin embargo, cuando se intenta medir el tamaño de la nueva economía en Europa y en Estados Unidos, la diferencia entre ambas no es muy grande. Naturalmente, su medición es tremendamente complicada, ya que, en buena parte, es intangible y más cualitativa que cuantitativa, por lo que sólo se pueden conseguir aproximaciones muy elementales y burdas a su tamaño real.

La OCDE acaba de publicar un estudio muy interesante sobre el tamaño de la "economía basada en el conocimiento" como base de la nueva economía, en sus países miembros. Para ello utiliza una serie de indicadores. El primero es el peso que tiene el sector de la economía del conocimiento en el valor añadido total de la economía. En 1996, última fecha disponible, dicho peso era del 55,3% en Estados Unidos frente al 48,4% en la Unión Europea. El único país europeo que superaba a Estados Unidos era Alemania, con el 58%. Japón, el Reino Unido, Suecia y Canadá superaban el 50%; Francia se situaba en el 50%; Italia en el 42%, y España en el 38%. Dicho sector del conocimiento incluye desde las manufacturas de media y alta tecnología hasta los sectores de finanzas, seguros, consultoría, servicios colectivos y personales, pasando por los servicios de comunicación. Entre 1987 y 1996, su mayor crecimiento se ha dado en Japón, seguido de Estados Unidos y, en tercer lugar, de la Unión Europea. El crecimiento en Japón y en Estados Unidos ha estado basado, en mayor medida, en la producción de manufacturas de media y alta tecnología y el de la Unión Europea en los servicios basado en el conocimiento.

El segundo indicador es el crecimiento del gasto en tecnologías de la información y el peso de dicho gasto en relación al PIB. Se entiende por tecnologías de la información la producción material de las mismas (el hardware), los sistemas que utilizan (el software), los servicios y las telecomunicaciones. El crecimiento medio anual entre 1992 y 1997 ha sido del 1,2% en Estados Unidos y del 1,8% en la Unión Europea. Ahora bien, Estados Unidos invierte al año el 7,8% de su PIB en dichas tecnologías frente al 5,9% de la Unión Europea. Japón también supera a Europa con un 7,4% de su PIB. Nueva Zelanda, Suecia y Australia superan a Estados Unidos con porcentajes superiores al 8% y España se sitúa mucho más atrás, con un 4,1% del PIB, por delante de Grecia, México, Polonia y Turquía y por detrás de Italia, Hungría y Portugal.

Otro indicador muy importante utilizado por la OCDE en el esfuerzo de inversión en capital físico (es decir, la inversión en infraestructuras, maquinaria y bienes de equipo) frente a la inversión en capital humano o conocimiento (es decir, en educación, investigación y desarrollo y software). Aquí, la diferencia entre Estados Unidos y Europa es aún menor. Estados Unidos invirtió en 1995 el 16,9% de su PIB en capital físico y la mitad, el 8,4%, en capital humano. La Unión Europea invirtió en dicho año el 19% de su PIB en capital físico y el 8% en capital humano. Alemania y Japón superan a Estados Unidos en inversión en capital físico con más del 20%, y Francia, los países nórdicos y Canadá superan a Estados Unidos en capital humano con más del 9%.

En otras áreas, Estados Unidos está claramente muy por delante en Europa. Por ejemplo, en el número de hosts de Internet por cada 100 habitantes. En 1999 eran, en Estados Unidos, 9,5, mientras que en la Unión Europea eran sólo 3,5 por cada 100 habitantes. Sólo Finlandia superaba a Estados Unidos, con 11, y España e Italia estaban muy rezagados, con 1,1 por cada 100. Lo mismo se puede decir de la utilización de Internet. En Estados Unidos se utiliza por 45 personas de cada 100 y en la Unión Europea por 16. Y también en la penetración de los ordenadores personales en los hogares. En Estados Unidos el 40% de los hogares posee un PC y en Europa sólo el 20%, excepto en los países nórdicos, donde la media se acerca al 50%. Finalmente, también destaca el número de sevidores web por cada 100.000 habitantes, que es el de 6,5 en Estados Unidos frente al uno en la Unión Europea. En lo único en que Europa desbanca a Estados Unidos es en el campo de la telefonía móvil digital donde tiene 20 suscriptores por cada 100 habitantes, frente a cinco en Estados Unidos.

Ahora bien, las perspectivas a medio plazo muestran que la brecha entre ambos se va a ir cerrando con relativa celeridad. Por ejemplo, la cuota de usuarios de Internet en Europa va a aumentar en el año 2001 el 32% y la de Estados Unidos va a mantenerse por debajo del 50%. El volumen de comercio electrónico en Europa va a pasar de 2.600 millones de euros en 1998 a 31.000 millones en el 2001.

A pesar de todas estas mediciones, que muestran un acercamiento muy considerable de Europa a Estados Unidos en el desarrollo de la nueva economía, la realidad es mucho más compleja ya que, como se ha señalado al principio, la nueva economía no consiste sólo en añadir PC, usuarios de Internet o teléfonos digitales, sino en reestructurar y adaptar la vieja economía a la nueva situación y es ahí donde Estados Unidos nos lleva una ventaja considerable.

Voy a poner varios ejemplos. El primero es el del desarrollo de los mercados de capitales. Estamos aún lejos de tener unos mercados de capitales eficientes y desarrollados. El euro va a ayudar mucho para alcanzar una escala similar a la norteamericana, pero no es suficiente, ya que los 11 mercados de la Unión Monetaria siguen claramente segmentados por pequeñas regulaciones nacionales de carácter defensivo. Mientras no se eliminen, no podremos desarrollarlos lo suficiente para competir con el mercado de capitales de Estados Unidos. Ha sido dicho mercado, unido al desarrollo de la innovación e investigación en las universidades y laboratorios y al espíritu emprendedor de los americanos, el que ha permitido el liderazgo de Estados Unidos. Por ello, Europa no tiene aún, y tardará mucho tiempo en tenerlo, un Silicon Valley, aunque ya existen varios intentos. Sólo los estudiantes y profesores de MIT han creado más de 4.000 empresas en los últimos 10 años, con una capitalización bursátil superior a la del total de la Bolsa española. El espíritu de empresa inculcado a los estudiantes, unido a las facilidades de obtención de capital riesgo por las grandes compañías de seguros de Boston y la facilidad para cotizar en Bolsa sin tener beneficios, ha permitido esa explosión de empresas que aplican, tecnológicamente, una investigación básica con éxito.

Un reciente estudio de Samuel Kortun, de la Universidad de Boston, y de Josh Lerner, de la Escuela de Negocios de Harvard, demuestra que cada dólar de capital riesgo produce entre tres y cinco veces más patentes que cada dólar de inversión en I+D.

Otro aspecto importante es el impositivo. En Estados Unidos, los impuestos de sociedades son no sólo más reducidos, sino que, además, incentivan la inversión en bienes y servicios intangibles y en innovación, mientras que, en Europa, son en general más elevados, promueven y deducen fiscalmente la inversión en activos materiales. En Europa se favorece fiscalmente el endeudamiento y los beneficios no distribuidos y en Estados Unidos, por el contrario, se favorece en mayor medida la distribución de beneficios y la renta de los trabajadores. Algo parecido ocurre con los mercados laborales. Como la negociación colectiva en Europa está más centralizada, las organizaciones sindicales que dominan la determinación de los salarios en las empresas de la vieja economía consiguen que sus salarios se impongan en el resto de la economía, lo que hace que tengan que cerrar muchas empresas nuevas que no pueden pagar dichos salarios y que se reduzcan los diferenciales salariales a costa del empleo.

En Estados Unidos, por el contrario, la negociación está en su mayoría descentralizada en cada empresa y permite que exista una mayor diferenciación salarial entre los trabajadores más cualificados y los menos cualificados, permitiendo que los trabajadores más cualificados, en las viejas industrias, se desplacen a los de la nueva economía y ésta florezca. En Europa ocurre al revés. Al determinarse los salarios de los trabajadores menos cualificados de la vieja economía a niveles muy elevados se impide que éstos se reasignen en los puestos de trabajo menos cualificados del sector servicios, con lo que el desarrollo de la nueva economía crea mayor tasa de desempleo.

Algo parecido ocurre con la desregulación y privatización de los sectores productivos, donde Estados Unidos va muy por delante, lo que le ha permitido crear una mayor competencia, una caída de los precios mucho más rápida y una mayor creación de empleo. Existe, por ejemplo, una clarísima correlación positiva entre el precio del acceso a Internet y el número de usuarios. En Estados Unidos, Finlandia, Canadá e Islandia, que tienen unas tarifas inferiores a la mitad de las de la mayoría de los países de Europa continental, el número de hosts de Internet por cada 1.000 habitantes es de cinco a ocho veces mayor.

Si no se permite y se promueve una transición rápida desde los sectores económicos basados en el capital físico y la mano de obra poco especializada a los sectores basados en capital humano y en la producción de bienes y servicios de media y alta tecnología, las diferencias de productividad y renta entre Estados Unidos y Europa aumentarán aún más en los próximos años.

Guillermo de la Dehesa es presidente del Centre for Economic Policy Research (CEPR), de Londres.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_