Adiós a las tribus
El pobre y muy honrado John Major sufrió una humillante derrota frente a un nuevo centrista, Tony Blair, al que había demonizado como rojo y, peor aún, europeísta. Decía ser conservador Major. No conservó nada. El mucho más pobre por su destino y ahora tan vapuleado canciller alemán, Helmut Kohl, fue fumigado en Alemania por una opción rojiverde a la que él había estigmatizado como amenaza apocalíptica. Los alemanes dijeron aquel día, 27 de septiembre de 1998, "basta ya" de monsergas sobre amenazas y echaron a Kohl. El honrado trabajador político que es Joaquín Almunia ha sido defenestrado desde mayores alturas que las del ala occidental del Palacio del Hradchin en Praga. Mala caída. No lo merecía Almunia, muy probablemente. Pero son muchas las ocasiones en las que los errores y miserias del pasado las pagan los menos culpables.Las elecciones del pasado domingo en España han sido en todo caso un alivio histórico, por fin. Es el adiós definitivo a las tribus y a la trinchera. No porque ganaran los que no lo han hecho mal en el Gobierno durante cuatro años ni porque no hayan funcionado los intentos de buscarles unas vueltas que en su mayoría no existían. Simplemente porque ha desaparecido la quimera, igual que en el Reino Unido, igual que en Alemania, igual que en Francia, de que hay unas derechas e izquierdas estancas en este continente. La gente es ya mucho más libre de lo que algunos sectarios de ambos bandos creen. Y la historia es memoria, pero reposa a la hora de tomar decisiones sobre el futuro. El miedo no es ya motor de voluntades.
Intentar movilizar electores en este tercer milenio con llamamientos a la renovada estatalización, nacionalización, fiscalización punitiva o expropiación de grandes compañías o pequeñas empresas es someramente inútil. Las tribus obreristas o llamadas progresistas son más anacrónicas ya en esta sociedad que las nacionalistas que van por el mismo camino. Existen todavía algunos votantes de excéntricos que hace cuatro días aún se oponían incluso al eurocomunismo. Podemos entenderlo como un factor carpetovetónico y cañí, casi folclórico. Que se adhirieran a ellos quienes aspiraban a seguir ocupando parte del centro y la izquierda democrática es un sinsentido, un absurdo que muy pocos, véanse las cifras, han entendido. Pero lo más terrible ha sido el enajenamiento de tantos que han confundido la realidad del país con sus deseos. Gente inteligente ha hecho el imbécil. Supuestos tontos han triunfado con su sentido común.
Igual que no estamos ante la monopolaridad de la que se quejan algunos nostálgicos de la URSS, porque retornará el pulso entre las potencias, algunas nuevas, no estamos ante el fin de la historia que tanto han deseado siempre todas las ideologías redentoras, desde los actuales fanáticos del mercado al nazismo o comunismo. El debate sobre la primacía de la política sobre la economía sigue abierto. Pero sí estamos ante el fin de esa política que se alimenta o alimentaba de las grandes confrontaciones ideológicas. Quienes en el Reino Unido o España, en Alemania o Polonia creyeran poder vivir de los réditos, mal gestionados, de la historia, se estrellan y estrellarán. Tienen razón en esto los que mejor han auscultado la evolución social en este país como el ministro Mariano Rajoy. Pero tienen también razón quienes desde otras posiciones han abominado del sectarismo que fue patrimonio de cierta derecha durante mucho tiempo en España y hoy parece haberse convertido en bandera de una izquierda obcecada e instalada en una generación que se entretiene aún con cursis disquisiciones sobre lo que es progresista o no.
Los ciudadanos europeos, españoles o belgas, alemanes o austriacos, franceses o italianos, son gentes libres que optan por sus intereses directos y no tienen ya vínculos ni hereditarios ni metafísicos con ninguna ideología. Quien no entienda esto, no entiende nada. Las lealtades se tienen ya a uno mismo. A los propios valores y principios en el mejor de los casos y a los intereses inmediatos por lo general. La izquierda y la derecha o los que se entiendan por tales han de disputarse mutuamente el discurso y la confianza como generadores de conceptos y gestores de soluciones. Lo demás son ya brindis al viento. Los revanchistas, separatistas, rencorosos o zaheridos son cada vez menos. Lo malo es que están sobrerrepresentados en los medios de comunicación. Pero las sociedades europeas siguen su rumbo. Los fósiles les traen al pairo. Lo han demostrado ahora también aquí.
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