Tiempo de generosidad
MANUEL PERIS
La gran victoria del Partido Popular abre un tiempo político nuevo que debería estar marcado por la generosidad, tanto de los triunfadores en estas elecciones del 12 de marzo como, sobre todo, de los grandes derrotados, los partidos de izquierda.
Anuncios como la reforma de la ley de extranjería y del sistema de elección del Consejo General del Poder Judicial no hacen presagiar que sea precisamente con esa premisa cómo el partido del Gobierno piensa administrar la victoria. Sin embargo, el PP debería ser consciente de la importancia y de la orientación de los votos ganados por el centro. Y en este sentido resultan muy significativas algunas expresiones de ciudadanos que reconocen abiertamente que si hubieran sabido que el PP iba a obtener mayoría absoluta no le hubieran dado sus votos. El temor del electorado centrista al rodillo de las mayorías absolutas se manifiesta hacia las dos direcciones del espectro político.
Pero donde la generosidad debe ejercerse más ampliamente es precisamente en la izquierda. Frente a la tentación autista, frente al ensimismamiento, la profundidad de su derrota hace que sea necesario que el altruismo sea la base a partir de la cual poder reconstruir unas formaciones que han quedado absolutamente destrozadas en las batallas intestinas que les dejaron con las tripas al sol durante los pasados cuatro años. El Partido Popular sólo ha tenido que rematar la faena que ellos mismos se habían autoinflingido. El abstencionismo de una buena parte del electorado de izquierdas es la manifestación más patética de esta situación.
Más allá del plus electoral que la coyuntura económica ha otorgado al partido del Gobierno, el gran problema de la izquierda en estos años no ha sido la derecha sino la propia izquierda. El infierno no han sido los otros, los demonios estaban en el jardín. "Una derrota no se improvisa", recordaba estos días un amigo citando a Joan Fuster.
Las desigualdades que hacen necesaria a la izquierda no sólo no han desaparecido, sino que en algunos casos son más flagrantes que nunca. Sin embargo, la sociedad va a cambiar muy rápidamente como consecuencia de la revolución tecnológica en ciernes, comparable en profundidad a la que supuso la revolución industrial en el siglo XIX. Van a subsistir viejas contradicciones y van a surgir también nuevos problemas. Por tanto va a hacer falta mucha inteligencia, mucha masa crítica, para enfrentarse a estos retos, pero también, mucho trabajo, mucha voluntad.
Es difícil que se produzca una renovación de ideas en la izquierda, sin un relevo generacional, aunque sólo éste no es garantía de nada. Sin embargo, los actuales dirigentes no deben limitarse a hacer mutis por el foro. Tendrían que saber pasar a un discreto, aunque activo, segundo plano desde el que poder aportar su experiencia. Puede que esto parezca pedir peras al olmo, pero ¿cómo si no va a ser creíble un discurso político que pregona la fraternidad, y el altruismo social si en sus propias filas impera el cainismo y la insolidaridad? Si el actual autismo de los partidos de izquierda no se ataja, la enfermedad degenerará en la esquizofrenia social y eso es la antesala de la muerte política. Una derrota no se improvisa, una victoria tampoco.
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