NECROLÓGICAS
Hace unos días falleció Antonio Rivera, profesor del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid y entrañable amigo de quienes hemos convivido con él durante años. Nos resulta difícil pensar que haya muerto víctima de un accidente de tráfico quien sólo contribuyó a intensificarlo con su bicicleta, pues por nada quería romper el equilibrio que soñaba para las relaciones de unos con otros, fueran personas, animales o cosas. Quienes le conocíamos, apreciábamos esa sintonía hecha de espíritu franciscano y aprecio por los placeres pequeños que no exigen un penique, todos alrededor de la conversación interminable.Buen conocedor de la fenomenología y, en general, de la filosofía alemana, impartía este curso sus enseñanzas sobre Hölderlin y Novalis, en un intento por buscar explicación a la poesía y la filosofía que anida en el fondo de los seres.
No ha dejado mucha obra publicada, aunque sus más allegados amigos saben que escribió decenas de poesías, ahogadas ahora por la soledad y el silencio. Justo lo contrario de las virtudes por las que recordaremos a este amigo, conversador, una pizca gallego y, sobre todo, enormemente afectuoso. Una de esas personas que teje la relación de afectos, necesaria para que el grupo del que forma parte exista realmente. Función tan intangible como imprescindible. Por eso el vacío que deja se nota tanto.-
Vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UAM
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