ASÍ HABLA... Felipe González El andaluz de cadencias dulzonas de un seductor
Fue seguramente en un mitin de la campaña del 82, en Cataluña, donde nació el andaluz a la dignidad de la palestra pública. Y fue de la mano de Felipe González, cuando ante un auditorio compuesto en su mayoría por emigrantes andaluces, ávidos de resarcimiento, de desagravio, declaró aquello de: "¡Yo ni siquiera hablo castellano! ¡Yo sólo hablo andaluz!" Y un clamor maravilloso, como de inmensa criatura despertada de una atroz pesadilla, se elevó al instante.Eran los tiempos en que el turbión Andalucía, surgido dos años antes con motivo de un referéndum de autonomía absolutamente transgresor, podía permitirse apelar a la conciencia colectiva con proclamas como ésta, que vendrían a dar carta de naturaleza a un nuevo concepto: Andalucía dejaba de estar sometida. Y en lo lingüístico, también.
El habla de Felipe González es necesariamente consustancial a su personal manera de gran seductor. No es un seductor inconsciente, conforme al frío modelo de Kierkegaard, pues bien sabe el de Bellavista en qué estriba su meridional y cálido atractivo. Y cómo dosificarlo adecuadamente. Pero sólo él conoce esta fórmula, que prolonga el mito del don Juan sevillano hasta las lindes del encantamiento peligroso.
Mucha gente ha tratado de escudriñar en qué consiste el carisma, el aura enigmática de este político, que podría convencer a cualquiera de cualquier cosa, y que de haber nacido en otro tiempo y en otras latitudes, por ejemplo en Centro América, habría terminado siendo un personaje de Vargas Llosa.
No en vano, de timbres y resonancias hispanoamericanas está sutilmente teñido su andaluz, con cadencias dulzonas y volubles acentuaciones caribeñas. Lo cierto es que, sobre una base de norma culta occidental ("Ehte modelo económico de la globalisasión (...) cada día eh más-injuhta la redihtribusión de la renta", Cadena SER, 9 de marzo) aparecen aquí y allá rasgos desconcertantes y personalísimos.
Dos particularmente: un amortiguamiento de la caída normal de la curva melódica en final de frase, transformándola en semicadencia, como advirtiendo de que su pensamiento sigue y le falta lo más importante; creando así una atmósfera de expectación acumulativa. Y un reforzamiento caprichoso de la acentuación normal de algunas palabras, en detrimento de otras: hase-falta-tenér (elimínese el acento de falta, como si las tres palabras fueran una sola). O esta otra cadena: con-un-triúnfo... (Quítesele el acento al indeterminado un). Los adverbios largos en -mente reciben un tratamiento similar, con una sola elevación en penúltima sílaba: obviaménte.
Todavía en la entrevista referenciada, con Iñaki Gabilondo, se le escapó un cerramiento de vocales de lo más cántabro (reminiscencia sin duda del habla paterna): es un debate político pequeñitu, chiquetitu. ¿Por qué? Sencillamente porque le viene en gana, como tantas cosas en realidad inexplicables, en la biografía de este hombre, a quien hoy vuelven a dirigirse muchas miradas del desaliento. Pero él, no lo duden, de nuevo hará lo que más le apetezca. Eso sí, convenciendo a muchos de que es lo más razonable, su palabra mágica.
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