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Tribuna:Elecciones 2000
Tribuna
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¡A por la minoría!

Entre las cosas más chocantes que hemos tenido ocasión de ver durante la campaña electoral ha ocupado un lugar de privilegio el deseo ampliamente manifestado por los principales partidos de no conseguir la mayoría absoluta. PP y PSOE quieren ser Gobierno, faltaría más; pero ninguno de los dos considera oportuno insistir en la necesidad de obtener 176 diputados para serlo sin necesidad de depender, como dicen los futbolistas, más que de sí mismos, no de lo que hagan otros. Es como si les diera reparo admitir que la legítima ambición de todo partido político consiste en gobernar con mayoría.Como seguramente este temor no tiene nada que ver -¿o sí?- con el batacazo electoral que se dio en febrero de 1936 José María Gil Robles cuando proclamó a grandes voces que su partido, la CEDA, iba "¡A por los 300!", habrá que buscarle causas más inmediatas. La primera no se remonta más allá de 1996, cuando el PP logró modificar a la baja la amplísima distancia que le separaba del PSOE en el arranque de la campaña electoral dando por supuesta una victoria apabullante. Los populares se dieron buena maña para asustar a los dubitativos y movilizar a los adversarios, con el decepcionante resultado de triunfar por la mínima. Aprendida la lección, han adoptado esta vez lo que la ola de mercadotecnia que nos invade llama perfil bajo, casi un aire de perdedores: quieren que el público piense que esta vez no quieren ganar por goleada.

Los socialistas no han tenido que retorcer tanto su magín para presentarse como aspirantes muy cualificados a una decorosa minoría. Desde que aquel titán electoral que fue su anterior secretario general perdiera la mayoría en los comicios de 1993, nadie se atreve a proclamar no ya el deseo, ni siquiera la intención de ir a por todas. En el inicio de esta campaña ya dejaron muy claro que su pretensión consistía en formar un Gobierno denominado progresista o de progreso, a veces también de izquierda, lo que no es exactamente igual que un Gobierno socialista. La mayoría absoluta queda lejos de sus aspiraciones y hasta la descartan dando por supuesto que, en la más favorable de las hipótesis, gobernarían con Izquierda Unida, aunque tampoco hayan derrochado grandes esfuerzos en esa dirección. La anunciada coalición electoral, lejos de avanzar hacia la unidad de acción, ha retrocedido hacia un mero pacto de no agresión que, en nuestro sistema electoral, no garantiza más escaños aunque pueda repetirse la misma suma de votos.

De modo que, al final, el probado deseo de no levantar sospechas acerca de sus más recónditas intenciones, ha llevado a ambos partidos a pugnar, no por la mayoría absoluta sino, más modestamente, por la minoría mayoritaria. PP y PSOE parecen haberse percatado de que aspirar a todo el poder causa alarma social. La relación elector/partido es en España tan especial que mucha gente dispuesta a dejarse cortar la mano con tal de no verla votando al partido de la competencia, vota sin embargo al suyo encendiendo una vela al diablo para que no gane demasiado. El público, debido a su tantas veces celebrada madurez democrática, desconfía de lo que un solo partido es capaz de destrozar si se le entrega todo el Gobierno: si se trata del PSOE, porque la repetición de mayorías absolutas no ayudó, por decirlo suavemente, a elevar la calidad de la democracia; si se trata del PP, porque si a su conducta con mayoría relativa le han sobrado ínfulas autoritarias, con la absoluta, para qué te cuento.

Como una parte decisiva del electorado teme las mayorías absolutas, los partidos actúan como si no las desearan. Su consigna no es: vamos a barrer, sino: vamos a por la minoría. Por 166 escaños para su partido apostaba a la vista de todo el mundo el director de la campaña del PP; con 10 y hasta con 20 menos se daría con un canto en los dientes el del PSOE. Es como si animaran a su público diciéndole: no tengáis miedo, hombre, votadnos; si, después de todo, no vamos a ganar...

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