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El tiro

ALEJANDRO V. GARCÍAEl grado de credulidad social disminuye asombrosamente durante el periodo consagrado a elegir a los presentantes en las instituciones. Durante ese tiempo excepcional nadie en sus cabales cree a pies juntillas en la sinceridad de un militante. Cuando todo acaba los políticos recuperan el nivel de verosimilitud habitual. También muchos periódicos.

Este fenómeno ocurre con completa normalidad. La exageración o la mentira forman parte del juego y los electores nunca se sienten engañados. Es como cuando se lee en las predicciones del horóscopo el advenimiento de un periodo de felicidad o la posibilidad de volver a enamorarse. Nadie denunciaría a un adivino por haber comprometido una jornada favorable.

Desde que comienza el periodo más nebuloso de la precampaña el lector de las secciones de política lee de otro modo, interpreta, dilucida con el escepticismo de un agente doble, esclarece o glosa con legítima desconfianza. El aluvión de nuevas carreteras, la ampliación de los beneficios sociales o las proposiciones para repartir prótesis gratuitas son tan conmovedoras como las adivinanzas extraídas del zodiaco.

Incluso los individuos sobre los que recae la acusación de haber logrado cientos de millones por medios ilícitos disponen, si el reproche se produce durante el periodo de elecciones, de unas bazas suplementarias de honradez, porque es probable que sean corruptos pero bastante menos que si la imputación hubiera ocurrido en un tiempo inclinado a la franqueza general.

Ayer escuché la noticia de que el día de cierre de campaña (el último en que rige la tolerancia de la mentira) el portavoz del PP en Pedro Martínez (Granada), después de discutir en un bar con otro individuo, fue a su casa, regresó con una pistola y hirió de un balazo por error a otro cliente. La noticia era sobrecogedora y sus elementos tentadores: un político de derechas, antiguo guardia civil, la irascibilidad y un arma de fuego. Era del todo cierta, pero el último día de campaña la credulidad sobre los acontecimientos que protagonizan los políticos es exigua. Luego pensé que esa cautela también puede valer de coartada.

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