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El voto debido

ROSA SOLBES

Tras el empacho de la anterior, y reconociendo que el semipacto de la izquierda ha añadido elementos de incógnita ciertamente interesantes, he observado esta campaña desde una confortable distancia. No será muy profesional, pero sí bastante higiénica la posición de espectadora a quien de vez en cuando (y pese a su voluntad) se le cuela en pantalla un espacio gratuito. O le irrumpe, demasiado a menudo, cualquier autoridad inaugurando y presentando proyectos, e incluso a veces hasta varios ( proyectos y autoridades) en tropel.

Así, más cómodo que trotar detrás de alguno de los líderes que nos han caído en suerte, ha sido curiosear aquí y allá, escuchar tertulias, o leer crónicas interpretativas (las mejores). A tiempo parcial y sin agobios. Todo menos debates en televisión.

Aunque resultó vano el intento de considerar el cortejo electoral como un simple ruido ambiente sobre el que la vida debía continuar su curso.

Un ejemplo: hace muchos años que el 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer, y que alrededor de esa fecha proliferan las actividades relacionadas con la conmemoración. Pues bien, esta vez ha sido fácil detectar que la gente de los partidos está en otro rollo, con las energías invertidas en una tarea diferente y que consideran prioritaria: la búsqueda desesperada del sufragio. Casi silenciada la convocatoria de manifestación en Valencia, ignorada la Marcha del 2000, demasiado bien salió considerando que prácticamente ninguna formación (de izquierda, quiero decir) tuvo el detalle de no programar a esa hora actos partidistas . Lo suyo hubiera sido pedir la presencia de todas y todos en una reivindicación común, que por cierto tampoco se puede decir que haya dominado los discursos respectivos.

Asimismo, y en plena campaña, ha ocurrido un hecho grave al que no se ha dado cumplida respuesta. No me refiero a los atentados de ETA que sí sacan, afortunadamente, a cientos de miles de ciudadanos a la calle. Estoy hablando del terrorismo doméstico, que se ha cobrado otra vida en Algemesí sin que hayamos sabido reaccionar, sin que el pueblo entero se haya paralizado con velas, lazos o manos blancas. Y mientras tanta brutalidad siga recluida en las páginas de sucesos, mientras no haya banderas a media asta y luto oficial, no lograremos reconocerle a la lucha para acabar con la violencia contra las mujeres el carácter político que sin duda tiene. Ni estos asesinatos, ni los accidentes laborales, merecen el mismo tratamiento que un toco-mocho.

En fin, pocas sorpresas puede reservar ya la danza alrededor de las urnas. Dentro de unas horas nos pondrán a todos a meditar y a decidir (aunque sea no votar); un brete sobre todo para los indecisos, cuya decisión puede ser decisiva. Respeto (aunque estoy más por el voto en blanco) la abstención como una opción democrática básica: un no acudir a las urnas consciente, no sujeto obviamente al chantaje mafioso que al parecer ha hecho aumentar el voto por correo de los vascos. Tentaciones de pasar las hemos tenido muchos, en más de una ocasión. Pero por poco que me entusiasmen candidatos y promesas, como súbdita nacida durante el franquismo y como ciudadana mujer, creo que me ha costado, nos ha costado demasiado ganar este derecho como para no ejercerlo precisamente ahora. Se lo debo a otras y a otros. Y pienso seguir pagando esta deuda.

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