La hermandad del mitin
A los mítines siempre acuden los incondicionales, y los incondicionales, como su propio nombre indica, nunca ponen peros al gran jefe. Aunque hay entre nosotros partidos que celebran asambleas a la búlgara, donde nadie tiene nada que puntualizar (¿es posible entre gente inteligente la unanimidad más absoluta?), realmente son los mítines lo más búlgaro del sistema, con perdón de Bulgaria, que nada tiene que ver en este asunto.Uno recuerda los tiempos de la transición, en que acudía a muchos mítines: a algunos por inclinación ideológica y a otros para realizar un distraído estudio de campo. En ellos se respiraba hermandad, comunión colectiva. Un sudor compartido, hospitalario, desencadenaba sentimientos ecuménicos. Los oradores azuzaban a las masas, pero si alguno las adormecía (recuerdo al abnegado lehendakari del exilio, Leizaola, divagando sin pulso retórico en La Casilla) el siguiente orador, con mejor dominio de la escena, se encargaba de levantar ovaciones sin cuento. El que escribe abandonó pronto esta costumbre de los mítines, pero hubo un tiempo en que los frecuentaba todos: los del PNV, los del PSE, los de AP, los de la extinta UCD o los vigorosos mítines multipartidarios pro-Estatuto. Incluso asistió, con el corazón sobrecogido, a una reunión de Fuerza Nueva en un cine de Bilbao, entre sujetos malencarados que lucían gafas negras y folclóricos ancianos tocados con boina requeté.
El que escribe presume que los alardes mitineros no habrán cambiado mucho y seguirán suscitando una multitudinaria hermandad ideológica. Es curioso este efecto, pues se daba incluso cuando uno acudía a los actos de partidos con los que no simpatizaba y acababa al lado de alguien que sí lo hacía. En un mitin de AP, con Fraga como estrella invitada, el legendario tribuno gallego espoleó a las masas con la siguiente pregunta retórica: "¿Cuándo el nacionalismo vasco aceptará la sagrada unidad de España?" "Nunca", dije en voz baja, llevado de la mera lógica. "¡Nunca!", repitió a mi lado un sujeto de bigote recortado, poseído por la indignación. Bueno, en realidad estábamos de acuerdo, ¿no?
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