Mares
Hubo tantas heroínas como mujeres vivían en el pueblo. Una esclavitud arrastrada por los siglos de los siglos las ató a la noria del trabajo, condenadas a rodar sin parar toda la vida. Apenas les llegaron noticias de sufragistas y feministas y, si alguna se enteró de las mártires neoyorquinas del 8 de marzo de 1857, se sintió movida a la compasión. Valientes, decididas, obligadas a larguísimas jornadas en el bancal o la fábrica y, además, consagradas al mundo mudo, anónimo y sin descanso de la familia. Sus labores y las propias de la almendra, el olivo, la cereza, el trigo, el sembrar, entrecavar, segar, trillar, labrar... Desde niñas cargadas de yugo y luto, las veinticuatro horas de la noche y del día atrafegades, enfaenassades. Una inercia milenaria las llevó a costura y no a escola, aunque lo corriente era confeccionar en casa el aixovar y servir a los hombres del hogar; nadie les preguntó si se sentían realizadas; nunca se abrió la puerta de los estudios o de otra profesión que no fuera la de estar en amo. Mientras criaban, porquejaven, amamantaban y amortajaban con el mismo coraje y energía.Les cortaron las trenzas para la Comunión, las pelaron al rape, vencidas, tras la victoria. Con la capçana sobre la cabeza aportaban agua en un cántaro y transportaban en la gaveta, a tope, la colada de toda la pollada, que ellas sacaban adelante en aquella postguerra de hambre y represión, por las empinadas cuestas escalonadas del lejano y profundo lavadero de la Font de l'Or, donde hablaban de sus cosas en completa libertad: Ai, xica, tot no és casar-se! Su descanso, acabadas todas las tareas, mientras cocían la cena, zurcir, coser, remendar, tejer, bordar, el punt de ganxo. Novençanes, bellísimas jovensoles y, pasados ocho años y cuatro partos, de negro, asomaban los rasgos de la vejez.
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