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Farsa

Rosa Montero

Qué cansancio creciente producen los periodos preelectorales. Desalienta asistir una vez más a la chundarata ensordecedora y al mucho cuento. A esta apoteosis de la hipocresía. Las campañas políticas se parecen cada día más a un vodevil casposo. Salen las starlettes de cada partido, adornadas de plumas y lentejuelas, con mucho meneo de caderas y enseñando el muslamen de sus demagogias. Todos saben que no es más que una representación, y que se trata, por añadidura, de una obra malísima. Pero nadie está interesado en decir nada serio; lo que importa es aturdir al espectador, cegarle con el brillo de la purpurina y atraerle con la tentadora carnecilla de la vedette, que en realidad está llena de celulitis por todas partes, pero que va bien fajada y maquillada para aparentar lo que no es.

Ahí están todos, en fin, diciendo lo que no creen y lo que no sienten con encendido tono de honestidad ofendida y de entrega heroica al destino trascendente de la Patria. Hay que ver cómo se insultan los unos a los otros, y cómo se acusan de mentir, los mentirosos, y cómo engañan y maquinan y montan escándalos ficticios. Es como si, durante las campañas electorales, a la mitad de la ciudadanía le atacara el virus del sectarismo obtuso. Y así, en estos días letales de la campaña basta con entrar en un taxi, por ejemplo, y escuchar durante treinta segundos la radio que el conductor lleva sintonizada, para adivinar qué emisora está sirviendo las noticias y desde qué posturas ideológicas.

Y no es un problema de la radio (sucede en todas partes) ni de los compañeros periodistas, que bastante hacen con intentar no ahogarse en el maremoto. El problema es la presión de los intereses económicos, el juego de poderes subterráneo. La parte más oscura de la democracia es esta farsa, esta comedia grotesca. Que todos sepan que mienten y que no les importe. Ahora bien, fuera de ahí es mucho peor. Fuera del juego democrático sólo hay feroces dictadores que además de mentir también torturan, como el milagrosamente recuperado Pinochet; sólo hay asesinos y verdugos, como los fanáticos de ETA. De modo que, con todo, viva el sainete electoral: siempre es preferible la farsa a la tragedia.

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