La metamorfosis de Varguitas
Juan Vargas es militante, sector tarugo, del Partido de la Revolución Mexicana (PRI), en la película mexicana más polémica de los últimos tiempos, una cruel sátira contra el partido que gobierna este país desde hace siete décadas. Se trata de La ley de Herodes, esto es, "o te chingas o te jodes", o "el que no transa no avanza". La censura intentó evitar su proyección en el IV Festival de Cine Francés de Acapulco, y después en salas comerciales. El escándalo impidió el escamoteo y triunfa en taquilla la metamorfosis de Varguitas, idealista primero, corrupto y asesino después, y finalmente emergente diputado.La acción y el humor negro del filme de Luis Estrada tratan de adentrarse en la esencia institucional mexicana del siglo XX, y se desarrollan en una miserable aldea de 100 almas durante el mandato del presidente Miguel Alemán, a finales de los años cuarenta. El protagonista, administrador de un basurero, es nombrado alcalde de San Pedro de los Sanguaros, después de que el anterior fuera linchado por sinvergüenza. Leal al demagógico mensaje del presidente, modernidad y justicia social, arriba al pueblecito dispuesto a conseguirlas para la indiada que lo habita.
Sin presupuesto para acometer la modernidad porque el anterior alcalde arrampló hasta con los cactus del desierto, Vargas presenta la renuncia al gobernador pero éste, un canalla sin escrúpulos, le insta a continuar consiguiendo fondos con una fórmula infalible: la pistola en una mano, y en la otra, las leyes, cuyo cumplimiento deberá asegurar a balazos. Vargas le acaba cogiendo gusto a la tramposa aplicación de los códigos estatales, se instala como tirano, y modifica la Constitución para perpetuarse. Su meta ya no es la modernidad, sino forrarse en provecho propio. El cura se hace cómplice de la extorsión a cambio de dinero para comprarse un coche de marca, y la masa indígena, amorfa, es esquilmada a patadas.
Las fuerzas vivas de la aldea son Vargas, su mujer, seducida a las primeras de cambio por un ratero gringo, el cura, asiduo del burdel, "el más chingón", la madama del prostíbulo, un tendero racista, y un anciano militante del opositor Partido de Acción Nacional (PAN), que reclama decencia al alcalde mientras veja sexualmente a la empleada de servicio, una menor analfabeta. El malo de la película triunfa. Segundos después de encaramarse en lo alto de un poste, huyendo de los indígenas que quieren lincharle, Varguitas aparece ante un pleno del Congreso. Ovacionado, definitivamente corrupto, y con cinco asesinatos comunes a sus espaldas, clama en una tribuna: "No engaño a nadie, tengo las manos manchadas de sangre, pero de traidores".
La película, que contó con la colaboración del gubernamental Instituto Mexicano Cinematográfico, se proyecta hoy sin problemas. "La exposición abierta de la impunidad y la corrupción al choteo colectivo puede parecer un exceso para algunos espectadores", señala el analista Carlos Bonfil, "para otros, es un mínimo resarcimiento por las décadas en que el cine mexicano tuvo que practicar la autocensura". El reto para nuestro partido, diría Juan Vargas, es permanecer en el poder por toda la eternidad y un día. El PRI, con el colmillo más retorcido del planeta, lleva camino de conseguirlo pues su candidato parte de nuevo como favorito en las elecciones presidenciales del próximo 2 de julio.
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