Leamos bien el oráculo de Delfos
"Morirás no volverás". La pitonisa de Delfos así lo pronosticó. El receptor del oráculo falleció en la batalla, a la que acudió confiado porque interpretó "morirás, no; volverás", en vez de "morirás, no volverás". Cuestión de comas.Ni las encuestas más serias constituyen profecías infalibles. Son un termómetro de tendencias explícitas que da cuenta del état d'esprit del personal. Algo interesante para los ciudadanos, y útil para los políticos, pero que -como las empresas de medición advierten- carece del valor de cosa juzgada. De lo contrario, sobraría acudir a las urnas.
A los sondeos les cuesta más medir las tendencias implícitas, sobre todo entre la tropa de los indecisos, o cuando se produce una situación caliente -previa a una vuelta de tortilla-, o que contiene datos nuevos susceptibles de influir en los segmentos menos fidelizados de los electorados (como sucede con el pacto PSOE-IU).
Por eso acierta el secretario general del PP, Javier Arenas, proclamando, como hacía siempre Miquel Roca, que "la única encuesta que vale" al final es el recuento de los votos. Así advierte a sus electores que no se duerman en los laureles de una campaña en la que los conservadores están demostrando seguridad y eficacia. Los excesos de confianza se pagan: recuérdese el fiasco del laborista Neil Kinnock, consagrado por los sondeos, frente al humilde John Major; o el adelanto electoral en Francia sobre la presunción de que el gaullista Alain Juppé desarbolaría a las izquierdas aún escasamente articuladas, que dio la victoria a Lionel Jospin.
También el PSOE ha tomado lógicas distancias, frente a la macroencuesta del CIS, recordando que en los comicios catalanes dio siete puntos de ventaja a Jordi Pujol, y al final Pasqual Maragall le ganó en votos. Y es que necesita como nadie movilizar a su electorado potencial, desorientado por el cambio de candidato (a contrapelo de las primarias), por el paso del carisma sevillano a la seriedad vasca y por incertidumbres sobre la nueva alianza.
La reciente experiencia española aconseja prudencia. En 1996 el PP debía arrasar al PSOE por un mínimo de seis puntos, según todos los sondeos (hasta 13,7 puntos elevó SigmaDos-El Mundo la diferencia) y, al cabo, la brecha del recuento fue sólo de 1,16.
¿Por qué? Porque había mucho voto socialista vergonzante (no declarado, como había sido tradicional en el PP); aunque ahora parece que este segmento se reducirá, compensándose con los homólogos de otros partidos. Porque Felipe González levantó la campaña al lema de "derrotemos a las encuestas" y apeló al miedo a la llegada de la "gran derecha", recurso que hoy, tras cuatro años de gobernar el PP con resultados discutibles pero sin que la generalidad perciba catástrofes, motiva menos.
Pero, sobre todo, la izquierda acortó entonces distancias por el despertar más lento de sus electores, algo que a los expertos en sondeos les cuesta medir. "Muchos están indecisos porque están desanimados", indican. "Al final, acuden a votar, aunque sea sin entusiasmo; todo depende de si los dirigentes saben calentar la campaña en la última semana", la que ahora empieza. A tenor de la encuesta del CIS aparecida anteayer -cuyos grandes rasgos son similares a las que se publican este fin de semana- quedaría una bolsa de más de dos millones de electores que dudan, se muestran indecisos. No es poco.
Hace bien, por tanto, el PP en no confiarse y redoblar su campaña mediante cuatro actos sectoriales de nuevo cuño a protagonizar en Madrid por José María Aznar, aunque su reticencia al cara a cara televisado case mal con esa actitud. Y también apuesta correctamente el PSOE, que espera una recuperación de última hora -apoyándose en los indicios de mejoría que apuntan sus propias encuestas de los dos últimos días-, en poner toda la carne en el asador y concretar más sus propuestas, como empezó a hacer ayer Joaquín Almunia. Porque los sondeos, igual que los consejos del oráculo de Delfos, hay que interpretarlos más allá de sus letras y números.
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